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Tarjetas navideñas

Posted by Juan Carlos Yáñez Velazco

Todavía no aparece el sol en el horizonte cuando llega a la avenida. Apenas cubierto por una frazada raída, con renovada voluntad deja su bolsa azul en el piso, abajo del árbol del camellón y se coloca el enorme penacho que colgaba de su espalda. Arremanga el pantalón de color indescifrable, se coloca las sonajas en las manos y arriba de los tobillos. Un viento frío en la cara le azota con el humo de los autos que pasan raudos. El ardor estomacal le recuerda el hambre que quedó pendiente de anoche y antenoche y todas las noches previas. Todavía falta un par de horas para probar alimentos, si hay suerte, así que no tiene permiso para distraerse del oficio cotidiano. Mira hacia atrás, a donde sale el sol, y con los primeros rayos naranja se hace más visible a los vehículos con sus ocupantes, para quienes él es un hombre invisible. Levanta la vista de los zapatos viejos, revisa los semáforos y su sincronía. Es hora de comenzar la primera de sus danzas frente a los coches, esperando ganarse algunos pesos de los conductores que se paran adelante, para quienes es invisible, ya se dijo, y prefieren voltear a otra parte. A la cuarta o quinta danza el calor le llega por todas partes, como también los vapores. El viento frío sigue azotando, por suerte es Colima, no la Ciudad de México o Monterrey. Le llega todo al cuerpo. También la punzada del hambre, el dolor en las rodillas, el ardor de los ojos infectados. Todo. Menos los pesos, que no suman ni 15 después de dos horas. Intuye que será otra jornada más pobre que él, que no despertó todavía la generosidad a pesar de la temporada. Viene a su imagen la cara del hijo que duerme en alguna parte, al lado de su madre, soñando ambos con el hambre de anoche, de antenoche y de todas las noches previas. Tal vez hoy tengan suerte. Tal vez haya una Nochebuena. Mientras, se reconforta al revivir la sonrisa de su hijo y el abrazo de su mujer al despedirse.

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