Las señales de irrelevancia de la educación difícilmente se esconden entre los discursos oficiales. En los vestigios de las peroratas se vislumbran desdén y no poca ignorancia. La suma es desalentadora.
Al régimen democrático lo posibilita un marco normativo adecuado, elecciones libres, medios informativos más o menos objetivos, partidos políticos y ciudadanos informados, alfabetizados políticamente. En casi todos los renglones tenemos déficit. En el último, encuentro balance peor. No se puede generalizar, pero las evidencias son abrumadoras; las consecuencias, funestas.
Una sociedad iletrada políticamente no contribuye a la democracia. Sus riesgos no son desdeñables: pueden conducir al imperio de la turba o la plutocracia, extremos indeseables.
A un mes del comienzo electoral en Colima, ningún candidato al gobierno del Estado ha dicho algo que demuestre cierta preponderancia del tema educativo, o que en sus equipos haya prioridad en ello. Es verdad que la candidata del PRD enunció un buen deseo, pero eso no lo eleva a una propuesta consistente. Probablemente piensan, como es común, que en Colima la educación no es un problema. Al punto regresaré en futura colaboración para apuntar un diagnóstico particular en la materia.