Nunca me tomé en serio el discurso de la sociedad del conocimiento. No en contextos como el nuestro, repletos de subdesarrollo e injustos.
¿Cómo se puede hablar de sociedad del conocimiento en un Estado donde cerca de la mitad de sus habitantes vive en rezago educativo?
¿Cómo se puede sostener ese discurso en una sociedad donde más de la mitad de su población vive, sobrevive en la pobreza?
“Sociedad del conocimiento” con la programación de la televisión mexicana es un monumento a la demagogia nacional.
¿Se puede construir una sociedad del conocimiento sobre los frágiles condiciones en que persisten miles de pobres escuelas mexicanas?
Sí, es posible educar a los hijos de los pobres, pero en escuelas ricas en condiciones y con otra pedagogía, con buenos maestros.
¡Qué paradoja! En la sociedad del conocimiento (sic) desconocemos el paradero de 43 estudiantes un mes después.
Si antes pensaba que la condición estudiantil podría describirse como una actitud vital y un privilegio, hoy sumo la fragilidad.
Ser un estudiante pensante y valiente es peligroso en este país. La crítica es válida, de dientes a labios. El estudiante dócil, sumiso, disciplinado, silenciado, castrado cabe en cualquier sistema autoritario. Pero en ese mismo sistema no cabe el estudiante curioso, inquieto, inquisitivo, rebelde, preguntón. Ese estudiante está prohibido en escuelas que prefieren el silencio, la obediencia, la reverencia a la autoridad y la ausencia de crítica.
Las escuelas castrantes ensalzan a Mandela, por citar un nombre, pero ahogan al estudiante que quiere ser como aquel: autónomo de pensamiento.
La escuela autoritaria defiende su condición de templo, y al profesor como pontífice del saber.
¿Desaparecerán estas escuelas? Tal vez la negrura del túnel anticipa la lucecita al final. Tal vez.
Tal vez asistimos al alumbramiento de la ciudadanía planetaria en este región del mundo. Tal vez.