Leo lento en estas mañanas el libro Lecciones de un siglo de vida, de Edgar Morin. Más que leer, disfruto las páginas. Y, además, celebro cada párrafo.

A la inteligencia que descubrimos en Edgar Morin hace muchos años, sumo ahora el espectáculo de su longeva lucidez.

En este recuento de sus vidas personal, íntima, académica, política e intelectual; de sus libros y la manera cómo fraguó su mirada para comprender el mundo, encuentro pasajes familiares leídos en la monumental obra que Emmanuel Lemieux había dedicado al “pensador inconformista”, en la edición de Editorial Kairós.

El tono intimista, de confesión de autor a lector, vuelve entrañable el itinerario que recorremos de la mano de quien se autodefine como “humanista ante todo”.

El preámbulo más corto que leí, el de estas lecciones, es una invitación inestimable:

“Que quede claro que no pretendo aleccionar a nadie. Simplemente, intento sacar las lecciones de una experiencia de vida secular en los dos sentidos de la palabra, y deseo que sirvan a todos los lectores para interrogarse acerca de su propia vida, sino también para encontrar su propia vía”.