Salgo a mediodía por mis hijos. Las avenidas en estado normal, con los atascos de siempre. Mi pensamiento distraído, de allá para acá, no tiene asideros. A pocos días de iniciar las clases, ellos, mis hijos, sonríen con las actividades de la temporada. Descanso, diversión, dormir tarde, televisión, comida o cena en la sala. Son vacaciones. Es tiempo de cambiar la jornada, de moverles el calendario de cada día, de romper inercias sin contemplaciones.

Hoy tienen motivos adicionales para ser felices. Otra habitante se instaló en casa: perrita de dos meses, blanca, simpática, temerosa. No soy afecto a los animales, lo confieso, pero la cara del animal, y la de ellos, sobre todo, me rompen el corazón. A la hora de la comida la perra se instala entre mis pies; los dos meses de vida tiemblan en mi zapato siniestro y la siento. La percibo con los sentimientos.

Sí, vivirá en casa, sin posibilidades de protestar. Tal vez la noche sea difícil, pero sobreviviremos, ella y nosotros.

Cambio de tema. No sé las razones específicas, pero el ánimo es festivo. Avanzo hacia la meta de escribir entre tres y cinco horas diario. Es tremendo, pero inevitable en el proyecto formativo personal. No sé si será capaz, pero estoy en el intento.

Reposo la comida y me dispongo a salir. Otros compromisos esperan, no son perentorios, tampoco admiten dilaciones excesivas. Debo revisar la tesis de dos colaboradoras excepcionales: Angie y Liz. Ellas me apoyaron dos semestres, les asesoré el proyecto y es hora de afinar el reporte. El tema es más interesante de lo imaginable: cómo se hace la noticia sobre temas escolares en Colima, los personajes principales, los protagonistas, los niveles privilegiados, el espacio de los padres y discentes. En fin. Temas para debates inagotables.

Podría escribir más. No hay espacio. Alcancé las 300 palabras sin escribir la vocal cinco. Ahora termina el experimento. ¿Vendrá algo semejante para la e, la i? No sé si la O sea prescindible.