Parado frente a la cartelera del cine me pregunté: ¿dónde están las películas mexicanas? ¿Por qué no hay ninguna?
Todas las que ahora se exhiben, cuyos títulos no recuerdo ni viene al caso, me hicieron bucear: ¿cuál fue la última cinta mexicana que vi en cine? No encontré la respuesta, por mala memoria y porque ha pasado algún tiempo.

¿No tendría que haber alguna exigencia para las distribuidoras o las cadenas que obligara a impulsar el cine nacional? ¿Existe? ¿Y si existe, por qué no se cumple?

Me da por pensar que después de Estados Unidos el nuestro debe ser el lugar donde más cine de aquel país se exhibe, con todas las ganancias millonarias que conlleva y, por supuesto, en detrimento del cine local.

¿Y todas estas preguntas, otras preguntas próximas a quién le importan?

Mis hijos me sacaron del marasmo con un jalón de los brazos pidiendo que pasáramos a comprar nuestros boletos.

Aborté las interrogantes que me vinieron luego en cascada, sacando cuentas de cuántos municipios de Colima tienen un cine, del viejo cine de mi pueblo, de las matinés en la infancia y lo que he visto en otras partes.

Seguramente tendré ocasión. Hoy habíamos llegado tarde y la función estaba a punto de comenzar.