En mis años (más) mozos durante un tiempo busqué, inútilmente, una novia que imaginaba perfecta, y perfectamente la tenÃa dibujada en la cabeza y el cuerpo. Era linda de rostro, tierna, cariñosa, piel morena, pelo largo y azabache, suelto siempre; ojos de miel. Sonrisa como el mar, o el sol, o el amanecer. Labios apenas pintados, como la cara. Manos pequeñitas, dedos largos y finos, suaves, que cuando trazaran figuras en mi espalda podrÃan hacerme desfallecer, de la emoción o del sueño placentero.
Basten esos rasgos para confesar que todo ese lapso fue la mujer de mis sueños. ¡Y qué soñaba! Créanme, despierto y dormido.
La chica de ese sueño repetido cada dÃa tenÃa nombre. Corto, sonoro: Sandra. El nombre no lo escogà yo. SÃ, no fui original, también lo confieso. Era el nombre de una canción que habÃa escrito Pablo Milanés y del cual me enamoré. Del nombre, no de Pablo, por supuesto.
Busqué a Sandra varios meses, tal vez tres años. Cada vez que conocÃa una chica asÃ, o algo parecida, que me llevara a asomar al pozo de la eternidad, lo primero que interrogaba era su nombre. Alguna vez la jovencita, un poco turbada por mi excitación, antes que responderme advirtió que tenÃa novio, era celoso y estaba cerca. Eso no me decepcionó tanto como saber que su acta de nacimiento consignaba otro nombre. Pero no, no era la Sandra de mis amores onÃricos. No apareció jamás. ¡Maldita sea!
Asà fui por la vida, con alguna noviecita que se llamaba distinto pero me consolaba, muy poco, mientras conservaba la ilusión de encontrarme con Sandra. La querÃa como a pocas, como a ninguna. La querÃa para cantarle esa canción, con un casete grabado ya y listo para hacer el dueto fantástico con Pablo.
La fortuna del amor no fue solidaria. Sandra dejó de ser la mujer de mi canción, mis sueños, de mi vida. Hasta que un dÃa apareció una novia real que sacudió aquella nostalgia y me olvidé de Sandra. Me olvidé del viejo casete humedecido y tiznado. Pasaron los años, o pasé yo, o se quedaron.
Hasta que volvió Sandra. Esta mañana. Reactivó los resortes emocionales de aquel tiempo, y heme aquÃ, contando la historia, mientras escucho la canción que me hizo sentir emociones que pocas mujeres me hicieron sentir en una vida que se va prolongando felizmente, cargada de recuerdos, añoranzas y alegrÃas.
Sandra te quiero cantar. 

Sandra pero no es igual, 

Sandra que cuando cantaba 

y sólo pensaba en la eternidad. 


Sandra prefiero pensar 

que nuestro amor es mortal 

Sandra que existe el cansancio 

y que nuestro espacio lo pueden violar. 


Sandra que solo y que tarde 

me toca hacer confesiones 

pero el corazón me arde 

y aunque no lo quiera me salen canciones. 


Sandra hoy te voy a querer, 

no sé si acompañarás 

mi figura en la ventana… 

esperando el mañana volviendo a nacer.