Si la pandemia amenaza con alcanzar su pico máximo en las prĂłximas semanas (un eufemismo que serĂa de risa, si las consecuencias no fueran mortales), la inseguridad en Colima está en un punto rojo encendido.
Al homicidio de una diputada local y siete polĂcias estatales, se suman hoy los de un juez federal y su esposa en la casa que habitaban, más los que engrosan todos los dĂas la contabilidad funesta.
Aunque la violencia homicida y la inseguridad se escondieron tras las cortinas del coronavirus, no desaparecieron nunca de Colima y con frecuencia terrorĂfica nos sacuden y recuerdan que vivimos en una zona que olvidĂł hace tiempo la paz.
Casi todos los dĂas leo al presidente municipal de Colima y su director de seguridad pĂşblica lanzar tuits festivos de sus “logros”, pero los homicidios violentos no dejan de empañar la vida cotidiana de la capital. Los otros Ăłrdenes de gobierno son caricaturas en la materia, tambiĂ©n.
¿Hasta cuándo? ¿Cuánto más debemos soportar?
