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La excelsitud de las universidades

Posted by Juan Carlos Yáñez Velazco

Conservo en esencia la primer imagen que tengo de las universidades: sitios espléndidos habitados por gente inteligente, estudiosa, dedicada a una ciencia y al oficio de enseñar e investigar, generosa con su disciplina y la humanidad; que forma estudiantes ansiosos por aprender, convencidos de su condición privilegiada. Una ciudad en sí misma, refugio para la excelsitud, que me inspiraba el concepto de “Ciudad Universitaria” de la UNAM.

Cuando llegué al bachillerato aquella imagen me imponía el temor de rendir a la altura de las exigencias de la vida universitaria. Es una idea romantizada en el México de hoy, pero sigo creyendo que eso tendría que ser y hacer la universidad. Mi vida profesional, dedicada a la academia y a la pedagogía, me fue enseñando que mucho de ese idílico paisaje puebla las universidades, pero que, también, las han lastrado las oscuridades del conservadurismo, el porrismo, sectarismos, castas políticas, burocracias y mediocridad. Luces y sombras las ilustran.

António Nóvoa, espléndido académico portugués, exrector de la Universidad de Lisboa, hace una década resumía en dos las grandes amenazas de las universidades: corrupción y corrosión. En la tercera década del siglo anterior, en su libro Misión de la universidad, el filósofo español José Ortega y Gasset denunciaba las chabacanerías que rondaban las universidades. La historia es larga, pero no me propongo escribir de las caras oscuras de la institución universitaria. Quiero contar mi fascinación por la vida sapiente de las universidades, mi gratitud por lo que ellas me han ofrecido e inspirado.

La idea de universidad la vinculo a los grandes hombres y mujeres que disertan, provocan el pensamiento, azuzan preguntas, investigan problemas relevantes para la ciencia y las sociedades, que influyen en las vidas de sus estudiantes, porque la universidad no es una estación pasajera, sino plataforma hacia otros horizontes.

En la UNAM, durante la celebración del Coloquio de Invierno (febrero de 1992), cuando estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras, tuve oportunidad de presenciar algunas de las conversaciones y conocer a gente como Gabriel García Márquez o Carlos Fuentes, y en mi campo de estudio, a Pablo Latapí, fundador de la investigación educativa mexicana, bibliografía obligada en mi carrera

Las conferencias y personajes ilustres que escuché y conocí luego de ese bautismo glorioso tienen efectos inimaginables. En la Universidad de Colima la lista de esos personajes que, al escucharlos, me recordaban que estaba en una universidad, creció sin parar. Fueron muchos, pero algunos se escriben con mayúsculas. Hubo un punto de partida: Federico Mayor Zaragoza, en aquel momento director general de la UNESCO, cuando asistió a una gran reunión mundial de científicos en Manzanillo y recibió el doctorado Honoris Causa. Su discurso, treinta años después, resuena e inspira mi quehacer.

El tamaño de este artículo no me permitiría mencionar a todos los que recuerdo, pero ahí están nombres como Juan José Arreola y Juan Villoro, el más reciente en deleitarnos en el campus colimense, entre muchos íconos de las letras, ciencias y humanidades.

El capítulo más especial está escrito con los nombres de aquellos personajes con quienes tuve oportunidad de convivir y aprender muy cerca, en un recinto universitario, un restaurante fuera de los horarios oficiales, en una playa, o en el vehículo que nos trasladaba. Nombres como Fernando Savater, Pablo Latapí, Sylvia Schmelkes, Ángel Díaz Barriga, Juan Carlos Geneyro, Carlos de la Isla, Manuel Ledesma, Amador Guarro, Manuel Álvarez, Rosa María Torres e Irene Vallejo.
Trabajar en la Universidad ha valido la pena por muchos motivos, entre ellos, por la posibilidad de sentarnos en un auditorio y recrearnos con el arte delicioso de contar de esos gigantes que nos recuerdan siempre que la universidad, todas, tendrían que ser un espacio de encuentros con otros, con otros lenguajes, con otras ideas y, sin duda, con la emoción del descubrimiento o la belleza que instigan una palabra, un pensamiento. Eso es, en gran medida, para mí, la universidad.

Por eso celebro la visita reciente de Juan Villoro a la Universidad de Colima, escritor magnífico e intelectual comprometido con su tiempo. Por eso me siento privilegiado de mi identidad ciudadana en la república universitaria.

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