El cumpleaños de la Universidad de Colima testimonia una historia tejida con rostros, palabras y sueños. Una crónica viva con miles de historias minúsculas.
La Universidad de Colima no es únicamente una institución: es un corazón que late al ritmo de las generaciones que han pasado por sus aulas. Es memoria viva de lo que fuimos y promesa de lo que podemos ser.
Las universidades son, en cualquier lugar del mundo, una de las más altas creaciones colectivas de la humanidad. Se sostienen en un pacto invisible entre pasado y futuro: honran la tradición del conocimiento y, al mismo tiempo, abren caminos hacia los “inéditos viables”, como les llamaba Paulo Freire. La universidad es más que edificios, un logo o el sitio web que la vuelve omnipresente en el mundo internético; es un espacio donde la curiosidad se vuelve conocimiento; la duda se convierte en método y la esperanza se traduce en acciones.
En momentos de incertidumbre, cuando parece que el presente se desmorona y que el futuro es una sombra, la universidad se vuelve refugio y, al mismo tiempo, punto de partida. Es refugio porque ahí se encuentran certezas: la disciplina del estudio, la conversación con los maestros, el diálogo con la ciencia y el arte, la pluralidad que enriquece perspectivas. Pero es punto de partida porque no basta con mirar hacia dentro; las universidades nacieron para estar de frente al mundo, dialogar con la sociedad e intervenir en los problemas reales y urgentes, aclarando panoramas, sugiriendo caminos, incluso, esbozando nuevas interrogantes.
El valor más profundo de una universidad es independiente de rankings e indicadores de eficiencia. Está en la fuerza con la que se compromete con su gente. En la manera en que tiende puentes con las comunidades, en cómo se involucra en los grandes debates de su tiempo, en su capacidad de formar no solo profesionistas competentes, sino ciudadanos sensibles, críticos y dispuestos a construir un mundo más justo.
Necesitamos siempre, pero hoy más, universidades vigorosas, actuantes y socialmente comprometidas. Universidades que no se limiten a reproducir el conocimiento, sino que lo creen; que no sean solo ecos de lo ya dicho, sino voces nuevas que se atreven a pensar distinto sobre los hombros de los gigantes pretéritos, como en la famosa frase atribuida a Bernard de Chartres. Universidades que incordian al poder cuando sea necesario, que defiendan la verdad, que apuestan por la dignidad humana y por la equidad.
El aniversario de la Universidad de Colima nos invita a preguntarnos: ¿qué futuro queremos construir desde aquí? ¿Qué nos corresponde para hacerlo posible? La respuesta debe ser audaz: más abierta, más inclusiva, más innovadora; que no se conforme con adaptarse a los cambios, sino que sea capaz de provocarlos. Una universidad que entienda que la educación es, ante todo, un acto de esperanza, y que su misión es encender esa esperanza en cada joven que cruza sus puertas.
Mirar estos 85 años es un acto de gratitud. Observar adelante es un acto de responsabilidad. La Universidad de Colima ha sido testigo de la historia de nuestro estado y protagonista de muchas de sus transformaciones. Pero lo que importa ahora es que siga siendo semilla de futuro: una institución que forme a quienes tendrán en sus manos la tarea más difícil y más hermosa de todas: reinventar el mundo, uno mejor.
Celebrar a la universidad es celebrar la idea misma de que el conocimiento transforma, de que la cultura dignifica, de que la ciencia libera y de que la educación es, todavía y siempre, la mejor promesa de futuro.