Esta mañana dominical, todavía con la oscuridad, terminé de leer Los hombres no son islas, de Nuccio Ordine.

Para los lectores del filósofo italiano, el libro se inscribe en la línea de Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal, ambos de la editorial Acantilado.

Muerto prematuramente, postergué todo lo que pude el tercero de los libros de Nuccio que anida en mi biblioteca. Las vacaciones veraniegas fueron el momento menos pesaroso. Sí, confieso que lo leí con mezcla de gozo y pesar. Gozo por la sabiduría que destila cada apartado, por el infatigable ida y vuelta de las páginas a mi cuaderno de apuntes, por las lecturas y relecturas provocadas, por las ventanas reflexivas que abre de par en par, por el ejemplo de claridad pedagógica, por el estilo preciso y precioso… pesar, porque no habrá otro libro de Nuccio Ordine, aunque nos quedan todas las relecturas, porque cada una será un hallazgo.

A Nuccio Ordine tendríamos que leerlo mucho más, sobre todo, en las universidades, y especialmente, aunque no sólo, en las facultades de pedagogía o educación. Porque su obra es el diálogo convocado por un colega profesor universitario, porque no tiene reparos en fustigar modas irreflexivas y baratas, y no esconde la dosis de ternura que requiere la obra pedagógica.

Nuccio Ordine nos legó una obra breve, asidero lúcido en tiempos de incertidumbre y oscuridad. Porque los hombres (las mujeres), como reza la frase tomado de John Donne, “no son islas”, sino olas de un mar infinito, incesante y maravilloso.