Desperté con la naciente claridad del domingo. Pasado el primer acto de reconocimiento, escuché muchos ruidos alrededor, desde los animales en la calle, pajaros entre los arboles y algunas voces humanas. Comprendí que ya no dormiría de inmediato, así que elegí uno de los libros abiertos: Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig, preparado durante 20 años.
Estoy atrapado en las páginas de Zweig. Sus biografías de Erasmo, Montaigne y Honoré de Balzac lo convirtieron en autor imprescindible.
Los dos capítulos más recientes de Momentos… rebasaron límites de la belleza literaria de contar una historia real; además, la verosimilitud con que retrata los 14 sucesos que el actor juzga como determinantes en la historia de la humanidad.
Me conmovió la historia de la Marsellesa, el himno creado una noche por Rouget, capitán del ejército y compositor menor, que en pocas horas, a petición de su superior, escribió los versos llamados por él “Canto de guerra para el Ejército del Rin”, que luego de circunstancias muy humanas habría de ser adoptado como himno nacional, mientras él vivía dificultades los últimos años de existencia.
El otro momento estelar que leí recién es la batalla final de Napoleón, Waterloo, y la desoladora situación que padeció el emperador al dejar su suerte en manos de Grouchy, un mariscal pusilánime, quien, por su comportamiento errático, lo abandonó para ser vapuleado por los ejércitos prusiano e inglés.
Cuando llego a la mitad del libro estoy convencido de que si tuviera que hacer una lista de los 10 que mis hijos tendrían que leer antes de los 20 años, apuntaría esta obra maestra de Zweig.