Cuaderno

Los rompeilusiones

Posted by Juan Carlos Yáñez Velazco

En el viaje a la facultad converso con el conductor del Uber. Es uno de los días finales del semestre escolar. Pregunta si soy profesor. Le digo que sí, que enseño en Pedagogía. Me cuenta que él estudia en una de las facultades de Coquimatlán. Me dice en cuál carrera. Sobran los detalles. Cursa el último año de la ingeniería. Le pregunto cuántos compañeros tiene en su grupo. El abandono, como problema escolar, es uno de los temas que no me abandona. Somos siete, responde. Me sorprende un poco. ¿Cuántos empezaron? Como 40, dice. La desproporción desconcierta. Mi expresión no puedo contenerla. Entiende el sentido y remacha: pues tenemos un profesor que dice que todavía somos muchos. Me indigna la insensibilidad, la imprudencia o la estúpida fanfarronería de ese profesor.

¿Qué piensan esos docentes empeñados en fastidiar la vida de los estudiantes? Admito que la carrera universitaria no es un paseo dominical en la plaza pública de la colonia o el pueblo. Pero también admito, sí, que se justifica el rigor, la exigencia o los exámenes difíciles, siempre y cuando, lo reitero, sus enseñanzas hayan sido así, de ese mismo nivel: claras, inteligentes, asequibles.

El fin de semana mi hija, estudiante de ingeniería, le pone leña al fuego. Pasó el domingo estudiando para un examen. Será muy difícil, dice. El maestro se los advirtió y parece disfrutarlo. Mi rabia rebasa límites.

El día que las autoridades escolares se preocupen por la docencia o la enseñanza de sus profesores, tanto como se preocupan por las prescripciones burocráticas, no seremos Finlandia o Dinamarca, pero tampoco este imperio de insensatos e insensibles que revientan ilusiones y descarrilan vidas.

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