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En el corazón del laberinto: aprender con el cerebro y la vida

Posted by Juan Carlos Yáñez Velazco

Hay libros que son brújula. Que no se limitan a exponer ideas o sistematizar teorías, que abren un mapa para pensar distinto u observar la realidad desde un ángulo inesperado. Es el caso del volumen 8 de la colección “Perspectivas. La educación en Iberoamérica”. Se llama El laberinto del aprendizaje. Desafíos y estrategias desde la neuroeducación, escrito por Sergio Dávila Espinosa (Puertabierta Editores, 2025), colega potosino. Un ensayo que se adentra con pasión y humor en una pregunta que muchos hemos formulado alguna vez: ¿por qué aprendemos unas cosas y olvidamos otras?

El libro inicia con una escena familiar. El autor, entonces profesor de secundaria, constata asombrado que sus alumnos olvidaron los contenidos que él mismo les enseñó un año antes. El desencanto se vuelve interrogación: ¿qué ocurre con los aprendizajes escolares para que sean tan efímeros? A partir de ahí, Sergio Dávila no se instala en la queja ni en la nostalgia pedagógica; se lanza a una exploración que combina lo personal con lo científico, lo anecdótico con lo filosófico. Su respuesta, adelantemos, no es amarga, sino luminosa: si comprendemos cómo funciona el cerebro, podremos comprender cómo enseñamos y aprendemos.

El estilo de un divulgador narrativo
Uno de los mayores encantos del libro es su estilo. No es el tratado seco que uno podría temer bajo un título con resonancias académicas. Dávila escribe como un divulgador que cuenta historias, mezcla anécdotas con experimentos de la neurociencia, interpela al lector con preguntas y lo invita a realizar pequeños ejercicios de memoria o atención. El tono recuerda por momentos a la tradición de los ensayistas que saben que el conocimiento se transmite mejor cuando se viste con humor, cercanía y metáforas vivas.

Un ejemplo notable es la presencia de Cavo, un personaje entrañable: el “cerebro cavernícola” que narra en primera persona, como si fuera un ancestro que aún vive dentro de nosotros. A través de Cavo, el libro recuerda que nuestra mente evolucionó durante miles de años para sobrevivir en la sabana, no para resolver ecuaciones o permanecer quietos en un salón de clases. Esa voz híbrida entre lo científico y lo literario le otorga al texto una frescura poco común en los libros de educación.

El cerebro no nació para la escuela
Entre las ideas centrales destaca la noción de la brecha genómica: mientras la sociedad cambia a velocidad vertiginosa, nuestro cerebro sigue siendo, en gran medida, el mismo de hace 300 mil años. Evolucionamos para cazar y recolectar, no para memorizar fórmulas químicas ni asistir a jornadas escolares interminables. Ese desfase explica mucho del desencuentro entre lo que la escuela exige y lo que la mente puede dar.

Lejos de convertirlo en una excusa para el pesimismo, el autor plantea un horizonte posible: la neuroeducación. Si entendemos que el cerebro busca recompensas inmediatas, que aprende mejor en contextos sociales y emocionales, que necesita la práctica y la repetición espaciada, entonces podremos diseñar estrategias que acerquen la experiencia escolar a la manera en que la mente realmente funciona. La neurociencia, enseña Sergio Dávila, no es un lujo erudito sino un mapa para recorrer el laberinto del aprendizaje.

Las llaves del laberinto
La estructura del libro acompaña ese viaje con claridad. Cada capítulo se centra en un obstáculo del aprendizaje y en las estrategias para superarlo. La atención, por ejemplo, aparece como la puerta de entrada: “lo que no se atiende, no se aprende”. Con ejemplos de aula y metáforas chispeantes, el autor muestra cómo la atención no es un recurso ilimitado, sino una energía que debe conquistarse y dosificarse. Sorprender, emocionar, introducir pausas activas: esas son algunas de las llaves que propone para evitar que el estudiante se pierda en el ruido de estímulos que compiten por su mente.

El segundo obstáculo es la memoria. En tiempos en que la pedagogía suele desconfiar de la memorización, Dávila recuerda una verdad elemental: todo aprendizaje es memoria. La cuestión no es rechazarla, sino entender cómo se codifican y consolidan los recuerdos. La imagen de la memoria como tejido que debe reforzarse con emoción, significado y práctica resulta poderosa. El autor critica la sobrecarga de información y la ausencia de repeticiones significativas en la escuela, y reivindica la necesidad de diseñar actividades que conviertan la información fugaz en conocimiento duradero.

La emoción es vital: lo que emociona, se aprende. Desde una anécdota divertida hasta una experiencia de colaboración, la emoción es el colorante natural de la memoria. Si los estudiantes recuerdan la letra de una canción infantil más que una lección de historia, no es por descuido del profesor, sino porque la emoción imprime huellas más profundas que la abstracción pura.

La pertinencia de El laberinto del aprendizaje es evidente. En tiempos de pantallas que compiten por cada segundo de nuestra atención, de reformas educativas que se suceden sin transformar lo esencial, de estudiantes que habitan un ecosistema saturado de estímulos, reflexionar sobre cómo aprende el cerebro es más que un ejercicio académico: es una urgencia social.

La relevancia también se mide por el modo en que este ensayo interpela a distintos públicos. Los docentes encontrarán estrategias prácticas que pueden trasladar de inmediato a su práctica. Los padres hallarán una guía para comprender por qué el sueño, la emoción o la repetición son aliados indispensables del aprendizaje de sus hijos. Y el lector curioso, aunque no esté vinculado a la educación, disfrutará de un viaje narrado con chispa, que explica fenómenos de la memoria y la atención con la claridad de un buen contador de historias. Mi hija, Mariana Belén, fue una de las primeras lectoras, y testimonio que también para una estudiante universitaria es herramienta valiosa.

Invitación a reaprender
Conviene subrayar el equilibrio que Sergio Dávila logra entre rigor y estilo. Es un ensayo de frontera: bebe de los hallazgos de la neurociencia, los convierte en relatos, ejemplos y metáforas que iluminan tanto como conmueven. Esa mezcla de ciencia y literatura lo hace cercano y, al mismo tiempo, profundo.

El propio diseño narrativo —con capítulos que se abren con citas, relatos de experiencias docentes y la voz intermitente de Cavo— ofrece una lectura fluida, pensada para quienes no siempre disponen de largos tramos de concentración. Cada capítulo se lee como una pieza autónoma; juntos construyen un mapa coherente.

Al terminar el libro, el lector no se lleva sólo estrategias o explicaciones, sino una mirada renovada sobre la educación. Aprender es una travesía llena de obstáculos, olvidos y repeticiones. Una aventura en la que cada giro del laberinto nos acerca a la posibilidad de un aprendizaje profundo.

En un mundo que suele reducir la educación a estadísticas y reformas de papel, El laberinto del aprendizaje devuelve a lo esencial: la experiencia viva de aprender. Nos recuerda que detrás de cada fórmula memorizada, de cada concepto olvidado y de cada destello de comprensión, late un cerebro que, aunque cavernícola en su diseño, sigue siendo capaz de maravillas cuando se le ofrece emoción, sentido y cuidado.

Ese es quizá el mayor mérito del libro: recordarnos que enseñar no es imponer información en pizarrón o pantalla, sino acompañar a otros en el recorrido por un laberinto lleno de desvíos, donde las herramientas son la atención, la emoción y la memoria; y donde la meta no es un examen aprobado, sino la posibilidad de que el conocimiento se convierta en parte de nuestra vida.

Una brújula en el aula
La educación de nuestro tiempo necesita brújulas. Entre los discursos grandilocuentes y las políticas que cambian cada sexenio, los docentes suelen sentirse solos en pasillos donde el eco de la desatención se confunde con la indiferencia. El laberinto del aprendizaje ofrece un mapa íntimo y lúcido: no promete fórmulas mágicas, pero muestra senderos posibles. Lo hace con la convicción de que el cerebro humano, con su herencia añeja, sigue siendo la mejor herramienta que tenemos para aprender.

En tiempos de ruido y prisa, leer este libro es una pausa clarividente. Un recordatorio de que aprender es difícil, sí, pero también maravilloso. Y de que, si nos atrevemos a recorrer el laberinto con curiosidad y emoción, al final siempre encontraremos una salida, o varias.

 

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