El 5 de octubre se conmemora el Día mundial de los docentes. Así lo aprobaron en 1966 la Unesco y la Organización Internacional del Trabajo.

La ocasión recuerda la lucha por dignificar esa profesión, sus derechos, así como las condiciones de formación y contratación.

En el contexto de la pandemia, la docencia se convirtió en una de la profesiones más estimadas por el aporte del profesorado al aprendizaje de niños y jóvenes en situaciones inéditas y, en muchos sentidos, adversas para las escuelas.

En su libro más reciente el pensador francés Edgar Morin, a sus cien años de edad, tributa palabras emotivas a los maestros.

Textualmente escribe: Es necesario que de ahora en adelante los oficios infravalorados gocen del reconocimiento social que merecen, que las profesiones dedicadas a los demás, médicos y docentes, sean reconocidas en toda su grandeza, como lo han sido durante la crisis y como deben seguir siéndolo.

Fue el trabajo docente y la inestimable colaboración de las familias, sobre todo de las mujeres, como en el confinamiento se logró que los cursos escolares se mantuvieran y los estudiantes aprendieran, aunque en muchos casos enfrentaran carencias documentadas en México y América Latina.

Nunca en el mundo tantos reflexionamos, hablamos y escribimos tanto sobre educación en tan poco tiempo, como ahora. En México sucedió lo mismo. Entonces, conviene preguntarnos si ha servido de algo. Si tendrá algún impacto positivo, es decir, si la educación será una genuina preocupación de los gobiernos y si los maestros serán en verdad dignificados en sus condiciones formativas y laborales.

Dignificados en serio. No en discursos vanos ni promesas, sino con políticas coherentes y presupuestos a la altura.

Más allá de lo que decidan gobernantes y autoridades educativas, el 5 de octubre es un feliz recordatorio de que la docencia es una profesión viva e indispensable. Y que por la participación de los maestros la pandemia puede ser un punto de inflexión en la historia educativa mexicana.