Todos los días por la mañana dedico una hora a la lectura libre. Leo de muchos temas en esos minutos, menos de pedagogía, mi campo profesional; todavía menos, de noticias o declaraciones de gobernantes o políticos.

En las últimas semanas un autor está presente más que ninguno otro en esas horas de divertimento, que no es sólo divertimento, debo confesarlo, pues también hay momentos de aprendizaje, de reflexiones a veces duras, como el recuerdo de la madre muerta o el pueblo que se añora cada cierto tiempo.

Me refiero a Theodor Kallifatides, escritor griego, residente en Suecia. Su obra es un descubrimiento feliz que voy contando por todas partes donde puedo hablar de libros o autores.

En ese tiempo dedicado solo a leer por disfrute paso algunos de los mejores momentos en soledad. Kallifatides se ha vuelto compañía entrañable, lo que él refrenda en Twitter cuando me guiñe ante un comentario sobre sus libros.

A Kallifatides llegué por una recomendación que Irene Vallejo escribió en Twitter hace algunas semanas, cuando contó el placer de haber leído su libro más reciente. Eso bastó.

Busqué y encontré pronto. A la fecha terminé ya el cuarto libro del griego. Se llama: De madres a hijos, un encuentro personalísimo con su madre en Grecia, y con su padre a través de una carta escrito para Theodor.

Desde las primeras líneas me deslumbra, y cuando creía que sus principios eran insuperables, en el siguiente libro pongo en cuestión mi creencia.

Otros autores griegos ocupan un espacio en mis años recientes: Aristóteles, por un curso doctoral que imparto, y Petros Márkaris, de otro género literario, con algunas coincidencias, como la minuciosa descripción de las calles de Atenas o las delicias gastronómicas griegas. Más intermitente, pero vuelvo a la poesía de Cavafis.

No sé a quién debo agradecer primero. Si a Irene Vallejo por las pistas que sembró, o al propio Kallifatides, por la obra inmensa que ganará más lectores en nuestro idioma tan pronto lo descubran nuevos públicos.