Esta mañana llevé a mis hijos al catecismo. No fue mi opción, no la es, pero mientras no encuentren aborrecible el ejercicio de adoctrinamiento, y sigan conviviendo con niños y niñas de su edad, haré mutis. Luego de dejarlos en su sitio, me senté, pedà café con un plato de fruta y reanudé la lectura de Henry David Thoreau. La música del restaurante, el bullicio de los comensales y el tráfico humano dificultaron la concentración, debilidad que me persigue desde siempre. Poco a poco fui avanzando, yendo y volviendo, para comprender, subrayar y detenerme, mirar hacia los puestos de empanadas, al cielo nublado o los niños de la mano de sus madres, uno llorando a grito abierto con un padre desesperado, otros impertérritos, vendedores de empanadas preparándose para instalar la mercancÃa. El trajÃn no fue favorable para la lectura, menos cuando se sentaron en la banca del frente unos 15 pequeños, de la edad de mi hijo, o menos, con la catequista que tuviera Juan Carlos el ciclo anterior, bonachona, cariñosa y apasionada de su oficio. La reconocà al instante y la seguà en sus movimientos; le escuchaba algunas palabras. Mi libro quedó a un lado. El café se enfriaba cuando me percaté que tenÃa varios minutos absorto. Abandoné sin remedio la tarea y me concentré en los niños sentados en la banca del jardÃn, otros en sus sillas y algunos en el piso, en un cÃrculo reducido, atrapado entre puestos de vendedores. En esa ronda la catequista no cesaba de moverse, se inclinaba hacia los niños en su narración, llamaba a alguno y lo usaba para ilustrar la explicación, o volteaba a los de atrás para no abandonarles. La mayorÃa de los chiquillos estaban concentrados, fija la mirada en la señora y su actuación. Me dio la impresión de que disfrutan la hora. Mis reminiscencias a la escuela son automáticas. Imaginé a la señora en un salón de clases, rodeada de niños, y solo atiné a pensar: maestras asà necesitamos en los salones de clases. Mi personaje, sin mesas ni sillas, sin pizarrón, sin proyectores ni comodidades, seduce a los discÃpulos y le convence de que aprender también es gozoso. Habrá muchas maestras como ella, no tengo duda, porque tener una maestra asÃ, u observarla, es ya un aprendizaje vital.

Dra Lidia Teresa Ovando Cervantes
Maestro, eso se llama vocación, entrega cosa que a estas nuevas generaciones, solo pocos la tienen, un placer leer sus comentarios, cuando nos visita a Tijuana y nos trae sus libros.
Juan Carlos Yáñez Velazco
Hola doctora, gracias por leerme y por sus palabras. Ojalá pudiera estar pronto en su ciudad.
Saludos
Vianey Preciado
Excellente descripcion de alguin que realmente disfruta enseñar!! Es un placer leer sus escritos!!!
Aprendo bastante de ellos!!
Saludos Doctor!!!
Bendiciones
Juan Carlos Yáñez Velazco
Muchas gracias Vianey. Me alegra que puedan ser útiles.
Un abrazo