Vivo las últimas horas de vacaciones. Pasé tres semanas intensas de emociones, trabajo y resultados. ¡Sí, trabajo! Es imposible abstraerse de las tareas y compromisos, aunque la dinámica cambia notoriamente, lejos de la rutina del cubículo, de reuniones y esos afanes de la vida académica.
Me habría gustado pasar más tiempo leyendo, tirado tardes enteras, plácido, cómodo de ropa, sin prisa ni angustias, pero apenas lo conseguí. Eso sí que lo extraño. Tampoco pude caminar tantos kilómetros como me lo había propuesto. Nada qué agregar.
Estas vacaciones son un enésimo motivo para reconfirmar la necesidad del descanso cuando se trabaja en un territorio tan desgastante como el educativo, no solo porque la docencia es un oficio agotador física y mentalmente, en sus cargas emocionales, sino también, porque los alumnos requieren estos tiempos lejos de las clases para otras tareas.
En diez días volveré al aula de clases, con renovadas energías y retos mayores. Mientras, aprovecharé las horas que restan preparando los siguientes compromisos, en lo inmediato, un par de conferencias en San Luis Potosí la próxima semana. ¡Será un placer volver a esas tierras tan generosas conmigo en los años recientes!