Las dos colaboraciones más recientes del Diario de Educación, mi columna en medios periodísticos locales, se ubican en una línea indispensable: promover la escritura entre los más jóvenes en la profesión pedagógica, estudiantes aún.
Digo indispensable, desde la perspectiva en que ejerzo el oficio, convencido de la responsabilidad formativa con las nuevas generaciones.Estoy convencido, también, que el quehacer pedagógico, como en otras profesiones, es impensable sin la escritura, un vehículo de comunicación y del pensamiento, de expresión y deliberación colectiva, de crítica y compromiso.
Incentivar la escritura no es función solo de los maestros de literatura o español. Nos corresponde a todos, en alguna medida. Como profesor universitario así lo asumo. Con buenos alumnos enfrente la tarea es relativamente fácil: elegir un tema atractivo, la circunstancia propicia y dedicarle un poco de tiempo.
En esa clase de tareas, el resultado siempre será positivo: uno, dos, tres, cinco estudiantes podrían interesarse y continuarán explorándola, o tal vez ninguno persevere, pero ya no es nuestra decisión.
Por ahora, los estudiantes, como yo, estamos motivados y dispuestos a continuar. ¡Que así sea!