Estoy agotado, y apenamos rebasamos el mediodĂa del sábado previo al comienzo de este ciclo escolar incierto e insĂłlito. La mañana fue intensa con el cierre de un curso doctoral y luego el registro del capĂtulo para un libro, del que hace dos meses no tenĂa planes.
El trabajo acadĂ©mico es desgastante, aunque haya quien piensa que estar sentado, como ahora, es cĂłmodo y sin complicaciones. La docencia cansa, pero hay tipos de cansancio: el estĂ©ril e improductivo, de las instituciones que consumen la energĂa, que procuran tener la moral por los suelos entre sus profesores, con directores autoritarios e insensibles, con acuerdos que no se cumplen y apoyos que nunca llegan, con burocracias empeñadas en meter a la docencia en una tabla de Excel hasta el mĂnimo detalle. Pero hay otro tipo, el cansancio del colegiado estimulante, de acuerdos que se siguen, de ilusiones que se renueva, el que no evade los retos del aula y despierta con renovadas energĂas.
Estoy cansado pero el mĂo es de este segundo tipo. Es más, estoy exultante, porque luego de un reposo empezarĂ© a revisar las primeras pruebas del libro conmemorativo por los 35 años de PedagogĂa en la Universidad de Colima. Y por si me faltaran motivos, ya concretamos, por fin, las primeras tres fechas para presentar nuestro libro Cuando enseñamos y aprendimos en casa. La pandemia en las escuelas de Colima. Serán dos el 5 de octubre, DĂa Mundial del Docente, y la tercera el 8, en la Universidad MultitĂ©cnica Profesional.
Cansancios felices, asĂ podrĂa titular esta página del Diario, aunque parezca paradĂłjico.
