Este mediodía, cuando esperaba mi turno afuera de un banco, seguí leyendo el Diccionario de la estupidez de Piergiorgio Odifreddi. Dos horas pasaron y 40 páginas leí, mientras tomaba mi turno para un trámite que consumió dos minutos. Pero valió la pena por lo que aprendí y alguna sonrisa que solté, parapetada en el cubrebocas negro.
En la entrada correspondiente a Goethe, Odifreddi repasa un capítulo de la historia que me vino como anillo al dedo, ahora que se discuten las verdades (sic) que cada tarde nos receta el doctor López-Gatell.
Resumo: en 1945, diez científicos atómicos alemanes, tres premios Noble incluidos, fueron capturados por un comando estadounidense, trasladados a un refugio de los servicios secretos ingleses y espiados día y noche, sin ellos saberlo: Sus conversaciones, desclasificadas y publicadas en 1992, revelan que los ‘malvados’ científicos alemanes eran éticamente más sensibles que los ‘buenos’ científicos aliados, y que estaban trastornados, los alemanes, porque sus colegas del bloque de los héroes se hubieran prestado a fabricar las bombas lanzadas contra Japón.
¿Debo agregar más?