El encierro que vivimos coloca en situación de indefensión a muchos hombres, obligados, como no estabamos por el trajín, a resolver algunas cuantas cuestiones de la casa. En casi todas soy un fracaso; si quiero ser bondadoso conmigo, podría decir: medianamente inepto. Fuera de cambiar un foco, de los viejos, porque los nuevos tienen su chiste, casi todo lo que debe hacerse en casa se me complica a grados que me provocan risa para esconder el llanto de impotencia. No fui así, confieso con cierto orgullo aplanado por el paso del tiempo y las horas pegadas a la silla de un escritorio en oficinas más o menos cómodas.
Hay algo en lo que me he vuelto experto: elegir frutas y verduras. Las normales, las que se consumen con mayor asiduidad. La historia no comenzó hace dos meses. Nació en Santa Fe, Argentina, a la orilla del litoral del caudaloso río Paraná, en el invierno de 2013. Desacostumbrados a los vientos fríos, temperaturas cercanas a cero y días cortos, donde el departamento en Marcial Candioti era nuestro refugio cálido, el macho alfa debía regresar a su papel de proveedor, así que con mis bolsas de mandado permanentes, que ya entonces eran obligadas, me armaba de valor y salía al supermercado Coto, envuelto en la chamarra y de valor para recorrer la varias calles que me llevarían a la avenida Leandro N. Alem y luego recorrer el parque desierto al lado de la vía del tren, para atravesarlo cerca del Shopping, llegar al muelle del Paraná y luego al Coto. Eran varios cientos de metros que con frío, viento en la cara y un par de bolsas pesadas le dan un toque de resistencia heroíca al habitante tropical.
En ese invierno santafesino me curtí en el arte de elegir los mejores tomates (jitomates nuestros), las cebollas más tiernas, los zapallos más apetitosos, las naranjas más dulces, los platanos ecuatorianos más sabrosos, las remolachas más limpias, las manzanas menos lastimadas, los limones llenos de jugo; cuando había, las paltas (nuestros aguacates) con la maduración correcta tomada su medida en el lugar exacto y no aplastándolas inmisericordes, las infaltables patatas… En fin.
Esas incursiones forjaron mi carácter con relativo éxito y en la cuarentena las pulo casi con deleite, mientras hoy, algunos de mi género, sufren tratando de encontrar las verduras o las frutas perfectas o, de plano, solo tiran lo más cerca de sus manos al carrito.