De la mañana de aprendizajes de hace dos semanas en Pedagogía escribí. Una idea se me quedó en la periferia y quiero traerla al centro: la lectura que hacemos los profesores universitarios de Paulo Freire, especialmente los de pedagogía, educación, ciencias de la educación y escuelas normales.
Durante las sesiones que ahora recuerdo, dos colegas hablaron del tema: Pep Aparicio, en una entrevista, afirmó tajante la escasa lectura de Paulo Freire; fue contundente: de cada cien, tres profesores universitarios lo abordan en sus cursos. El resto, no. En España, pero también en otros sistemas educativos. Como excusas, se argumenta que está obsoleto, que Paulo Freire pertenece al tercer mundo, que no es para estos tiempos.
José Eustáquio Romão en la conferencia para la comunidad académica de Pedagogía abordó la misma situación de desdén hacia Paulo Freire en los claustros universitarios. Con ironía preguntaba: ¿porque no cursó maestrías, doctorados y no tenía diplomas escolarizados?
Su importancia es poco comprendida en esos contextos, mientras que en Estados Unidos se preparó una obra de casi mil páginas con autores de distintas partes del mundo para valorar la importancia de Paulo Freire.
¿Tendríamos que leer a Paulo Freire? No voy a caer en la tentación fundamentalista de que todos debemos usar tal o cual perspectiva, que todos debemos ser de este u otro enfoque. Pensamiento único es un contrasentido, decía José Saramago, porque el pensamiento es, en sí mismo, heterogéneo. Pero sí creo, que quienes trabajamos en estos campos educativos tendríamos la obligación intelectual y pedagógica de conocer su obra de forma más amplia, y no solo los libros primeros que habríamos leído durante la carrera, porque hoy, es verdad, se lee poco a Paulo Freire. Pero eso ya lo dirimirá cada cual.