En estas semanas de cuarentena he planeado mis actividades laborales con disciplina y flexibilidad. La primera, de tres días, fue productiva; la segundo, más que satisfactoria. Esta la dediqué a la lectura de un voluminoso libro sobre la historia y el presente de la universidad en el mundo, como parte de la preparación del capitulo para un libro que tenemos planeado este año. Casi todos los capítulos tienen una versión inicial y preparan otra; lo mismo sucede con el mío.
El avance de la lectura fue lento. En un cuaderno especial tomo notas con parsimonia, con la mejor letra que puedo y una pluma fuente de tinta negra, punto fino. Aprendo cuando leo, reaprendo cuando escribo. Luego, me detengo, reflexiono, trato de hilar con mis propósitos y continúo la lectura.
Son 400 páginas que estoy a punto de terminar. Muchos aprendizajes. Muchas preguntas. Algunas ideas que enriquecerán las páginas del ensayo.
Hoy reuní las notas manuscritas en unas pequeñas hojas blancas y empecé a escribir un texto destinado a las reflexiones finales del capítulo. Escribí y solo me detuvo la satisfacción de haber logrado lo inimaginable al comenzar la jornada. Así cerré la actividad. La tarde es linda; es viernes. El cuerpo lo sabe; el corazón palpita. Estamos de fiesta.