Un manifiesto firmado colectivamente en octubre de 2008 por personajes como José Saramago, Federico Mayor Zaragoza y Mário Soares, entre otros, me produjo una inevitable reflexión en estas fechas posnavideñas, luego de celebraciones, regalos, alegrías y tristezas.
Los ilustres firmantes claman por un cambio global y personal, por un giro en la escala de prioridades, para evitar que en lo sucesivo, como ahora, “se privaticen las ganancias y se socialicen las pérdidas”, es decir, que los apoyos extraordinarios, en la economía o en la educación, sirvan para resarcir a las víctimas y no a los culpables.
Ahora, dicen, debemos ser “rescatados” los ciudadanos. Es una vergüenza colectiva, afirman, y me adhiero, que mueran de hambre 60 mil personas al día mientras, en el mismo lapso, se invierte en armas tres mil millones de dólares.
¿Qué clase de mundo estamos construyendo? ¿Y todavía hablamos de humanismo? ¿Tenemos que conformarnos, ad infinitum, con esos pequeños “defectos” de la globalización despiadada y aceptar, resignados, que no hay otra forma de concebir y desarrollar a nuestros pueblos?
A mi, por lo pronto, me parece que es inaceptable, y un acto de ominosa complicidad callarse. Tal vez empezando a llamar cinismo al cinismo, y a todas las cosas por su nombre, empecemos a darle cierta cordura a este mundo que, pese a tanta desgracia, sigue siendo entrañable.
Regreso a clases
Regresaron a clases 34 millones 300 mil estudiantes, informan los periódicos y noticieros de radio y televisión. Parecen muchos. Me corrijo: son muchos, muchísimos, más que la población de varios países de Europa o Latinoamérica. España tiene una población total de 46 millones; Bélgica poco más de 10 millones; Argentina, 40 millones; Ecuador, 13 millones; Bolivia, 10 millones; Chile, poco menos de 17 millones.
Treinta y cuatro millones de estudiantes en el país son una cantidad extraordinaria. Pienso en el loable esfuerzo hecho entre 1910 y 2010, y en lo que se invierte en mantener la maquinaria educativa. Pero no lanzo campanas al vuelo. También pienso en los otros casi 34 millones de mexicanos que debieron cursar educación básica completa, porque así lo dicta la Constitución, pero no lo pudieron hacer, porque fueron expulsados de la escuela o porque nunca se inscribieron. Esos millones, el rezago educativo, dicho técnicamente, son muchos, su existencia es inadmisible, son un lastre que nos hunde apenas empezar el siglo XXI.
Fuente: Periódico El Comentario