Empecé a trabajar en la Universidad de Colima a pocos días del fin del periodo rectoral de Jorge Humberto Silva Ochoa. Dedicado a tareas incipientes de investigación en temas educativos, estuve lejos de los acontecimientos que provocaron la división de la Universidad en la elección de Fernando Moreno Peña como rector.
Como lo tenía planeado, en los albores de la década de 1990 me fui a la UNAM. Casi dos años después regresé y me instalé en un cubículo del Centro Universitario de Investigaciones Sociales. Salí muy pronto de allí. Recibí el ofrecimiento del rector, Fernando Moreno Peña, para asumir la dirección de la Facultad de Pedagogía. No sé si fui consciente en la respuesta, pero acepté. Hasta entonces no había cruzado palabras con él. Mis 26 años de edad no fueron obstáculo para depositarme su confianza. No le fallé.
Como director de la facultad le vi en muchas reuniones de distintos tipos y participantes, pero recuerdo, sobre todo, las que dirigía en la sala de juntas del antiguo edificio de rectoría. Casi cada una era oportunidad de aprendizaje por su estilo de gestión: afable siempre (no recuerdo un enojo o regaño público, menos exhibir a uno de los directores), inteligente, ágil en el discurso improvisado más que como lector, hábil de razonamiento, convincente y sensible. De eso nutrí mi propia forma de gestionar una escuela o un sector de la Universidad.
Tengo muchos recuerdos de ese periodo en que él fue rector y yo director. Una ocasión, por ejemplo, le vi tomar decisiones que dejaron recuerdo imborrable: el profesor Tito Mancilla, director del Bachillerato 11, en Minatitlán, le contaba las dificultades económicas de los estudiantes para inscribirse y su temor de no tener grupos. Inscríbalos, dijo sin dilación. Inscríbalos. Luego tomé esa lección para convencer al doctor Carlos Salazar Silva de tener una política diferencial de cuotas en los bachilleratos.
Un día, solos, le criticaba a uno de sus colaboradores por lo que consideraba excesos. Después de escucharme asintió, y respondió, palabras más palabras menos: hay que contratar a la gente por sus capacidades; si nos fijamos solo en los defectos nos faltarían. A partir de allí busqué las virtudes en mis colaboradores y los ensalcé por ellas.
Se fue de la rectoría y pocas veces hablamos después. Como gobernador sus hechos están allí, para discutirlo quien quiera, pero los avances no se pueden esconder; admitirlo no demerita la valentía de sus adversarios.
En los últimos años varias veces leí analistas de ocasión o periodistas criticarle duramente, incluso festinar lo que consideraban un tropiezo en su carrera. No pocas veces le dieron por muerto políticamente. Nunca lo creí ni estuve de acuerdo. No sé si hay otro político como él en Colima. He leído a quienes dicen que Arnoldo Ochoa es el mejor político, el más experimentado. Personalmente lo conozco poco y no entro en juegos de comparaciones, ocioso además, pero el currículum avala. FMP fue rector y gobernador electo, y solo le faltó, como solía decirlo riendo, ser obispo de Colima para ocupar las tres posiciones más importantes en el Estado.
Muchas otras lecciones aprendí del rector FMP. Una más es regla de oro en mi comportamiento: callar y escuchar cuando corresponda, pero no eludir ningún debate cuando se vuelve indispensable.
A veces le escuché decir, siendo rector y luego ex gobernador, que no se debe pelear con un gobernador. A mí, decía, no me gusta pelearme con gobernadores. Hoy, la última lección que recibo es una ampliación: no hay que pelearse con gobernadores, tampoco con ciertos ex gobernadores. No, si no tienes la fuerza para demolerlos. Y no abundan esos.
No hay político perfecto. FMP no lo es. Tengo discrepancias en pocos puntos de vista, que a él no le quitarán el sueño y a mí no me ocupan la agenda, pero en el balance final de nuestra relación el saldo es positivo: gratitud por sus enseñanzas y por el trato que tributó como gobernador a mi padre, dirigente sindical de los obreros del Ingenio Quesería.
arthur edwards
Fernando Moreno Peña me permitió una vez faltarle el respecto en su oficina cuando fue rector y yo solamente un maestro severamente criticado por algunos. El reconoció mi desesperación en ese momento y me regaló una sonrisa. Por Humberto Silva Ochoa llegué aquí…Por Fernando Moreno Peña permanecí. Ahora en el último tramo de mi carrera, reconozco y doy las gracias a los dos.
Perla del Rocío Lara
Hola. Por razones muy similares a las suyas, comparto muchas de sus experiencias y opiniones respecto a FMP. A mi me enseñó, también, para toda la vida, que Dios nos dio dos orejas, una a cada lado, para escuchar más de una versión de un asunto, pero sólo una boca, de donde tiene que salir un palabra que debemos saber sostener. Saludos, buen día.
Gilberto Hernández Rodríguez
En una ocasión, en el Restaurante “El Marinero” del Hotel Marbella, estaba FMP con su equipo… un amigo, me dijo: “¡ESE CHAPARRITO ES MÁS CABRÓN QUE TÚ Y YO…!
P.D.- Me tocó vivir el pleito entre él y Farías… ¡UN HOMBRE INTELIGENTE!
2A Jesús Alejandro García Núñez
1.- Fernando Moreno was a good governor.
2.- their stories are verry interesting.
3.- Moreno Peña was rector for case of Minatitlan.
4.- He is a smart man.
2A Severo Iglesias Jimenez
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