La primera semana del año empezó de forma insólita. Cuando el gobierno federal anunció la liberalización del precio de la gasolina estaba convencido que habían estudiado minuciosamente el impacto financiero, social y político. Creo que es un error grave suponer que los gobernantes son ignorantes o improvisados en materia política. Puede uno discrepar de las decisiones o los modos, pero tienen una racionalidad, así sea distinta a la que nos orienta.
Cuando tomaron la decisión al amparo de lo que justifican como un acto responsable, habrán imaginado reacciones sociales, pero me parece que no de la magnitud de lo observado en estos ocho días iniciales, preludio de un año complicado para gobernantes y gobernados.
Varias lecciones pueden aprenderse de estas jornadas de manifestaciones públicas. La inaceptabilidad absoluta de cualquier forma de violencia, proceda de donde proceda, es una de las prioritarias. No tienen cabida la violencia contra las personas, ni contra edificios privados o espacios públicos. Aquí tenemos uno de los ejemplos conmovedores, cuando los ciudadanos en Camargo, Chihuahua, frente a los policías antimotines en un poderoso gesto simbólico entonaron el himno nacional de rodillas.
También hay una simiente alentadora en más expresiones de civilidad y solidaridad; otra vez la capital de Jalisco puso el ejemplo cuando paró el transporte público y los ciudadanos salieron a ofrecer sus vehículos para trasladar a otros, distintos o francamente desconocidos.
Las lecciones no paran. El gobierno federal culpa a sus predecesores de decisiones erróneas u omisiones. Si así fuera, ¿dónde está el juicio severo de los poderes facultados? ¿Y quién puede garantizar que esta vez sí se actúa con responsabilidad? Impunidad, es uno de los fantasmas que transitan campantes entre nosotros.
El impacto en las economías familiares será duro, a juzgar por economistas críticos y sectores más proclives a posicionarse en la órbita gubernamental, pero también en la esfera política podríamos estar asistiendo al nacimiento de otra forma de ejercicio democrático, más exigente, más ciudadano y menos condescendiente con gobernantes ineptos o corruptos, de los cuales rebosa la historia patria.
Vivimos días claroscuros, con tonos negros y poco menos que dramáticos, al mismo tiempo, iluminados por gestos que, si resisten el vendaval de la instantaneidad, podrían confirmarnos un futuro mediato menos mediocre y más responsable de todas las partes implicadas. Es quizá, quiero ser optimista, el parto de otra ciudadanía, sin la cual no es posible un gobierno distinto.