Esta mañana, antes de empezar mi jornada dominical, abro mi cuenta de correo electrónico. Un mensaje y varias promociones aguardan. El primero es de Avaaz, una red global de 70 millones de personas, a la que me suscribí hace 14 años, para sumarme a campañas en todas partes del planeta y por todos los motivos que nos humanizan. El titular me atrapa: Nuestro mundo… y tres emojis con fuego.
Intrigado, leo: “Es domingo, 29 de junio de 2025, y el mundo está en llamas.
“Niños muriendo de hambre en Gaza. Bombas nucleares en los titulares. Familias separadas en Estados Unidos. Y en Sudán, la peor crisis humanitaria del planeta.
“Entretanto, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera ha batido su récord y un millón de especies está al borde de la extinción.
“Vivimos una de las mayores crisis de la vida en la Tierra y, sin embargo, los gobiernos están recortando las ayudas y precipitándonos hacia el caos climático.”
Habría preferido no leerlo, esperar nada más a que se asentara el café en la prensa y comenzar la revisión de las primeras pruebas de nuestro libro colectivo. Una desazón me invade. Y eso que Avaaz se quedó corto, porque no menciona el asalto ruso en Ucrania, la situación dramática en Siria, Yemen; los conflictos en varios países africanos, la muerte incesante en México…
Sí, el mundo está en llamas, pero una buena parte de ese mismo mundo ya se prepara jubiloso para ver los partidos de la Copa Mundial de Clubes o cualquiera de esas diversiones. ¿Y qué podemos hacer, me dirán?
¿¡Feliz domingo!?