Mi fin de semana estuvo atravesado por noticias fatales. Y aunque no quisiera, rondaron como mosca encerrada en botella.
Unas muertes cercanas y otras ajenas me consternaron. El macabro conteo de ejecuciones en Manzanillo sacude y suma pesar. Cifras de ese tamaño provocan burlonamente a la indiferencia. Nos estamos acostumbrando, peligrosamente, a leer o enterarnos de uno o dos ejecutados a diario en la entidad, y solo cuando la cifra adquiere dimensiones terribles la herida punzante reaviva.
Para ser sincero, las muertes que me sacudieron con dolor fueron de gente conocida, cercana. Cuando supe me entristecí por ellos, por el recuerdo amistoso y la familia de ambos, hombres los dos, en edades opuestas, uno sobre los 20 años, el otro, en la madurez; uno en Villa de Álvarez, otro en Morelia.
Valente se llamaba el chico. Lo conocí hace 15 años, cuando era un chiquillo, a la llegada a mi antigua colonia. Vivía en la esquina y durante un tiempo me ayudaban gustosos, él y otros, a barrer la calle o recoger las hojas de los árboles por unos pesos. Nunca conversé con él más allá de saludos amistosos, pero la relación se mantuvo con el paso del tiempo. Hace unos días me contaron que había fallecido y la circunstancia, pero el enorme moño en la puerta de su casa, el sábado que pasé por allí, me taladró la tranquilidad.
A Vicente Sánchez Domínguez lo conocí a principios de los años 90 en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Profesor de matemáticas en el bachillerato de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, cursaba la maestría en enseñanza superior; yo, la maestría en pedagogía, pero coincidíamos en varios seminarios y trabamos una relación estrecha. Solíamos comer juntos una vez por semana al finalizar las clases.
Siendo director de la Facultad de Pedagogía en la Universidad de Colima, lo invité para ser profesor visitante del posgrado. Serio y riguroso en su formación, dejó buenas cuentas entre nosotros. Me separé de la dirección y poco supe de él después. Hace unos meses lo busqué a través de un amigo común; no pudo decirme nada, hasta ahora en que compartió la triste noticia por Facebook.
El aluvión de muertos entristeció el fin de semana. No sé si el paso de los años me vuelve sensible, o es la inevitabilidad de imaginar que un día, en Argentina, España, en Guadalajara o Ciudad de México, un amigo se enterará por Facebook que el autor de este blog colocó su definitivo punto final.