Para Marina Espada, en alguna parte de España
En cada generación de estudiantes de la Facultad de Pedagogía encuentro razones para alentar la vocación, para seguir confiando en que tenemos posibilidades de ganar la batalla contra la mala educación que se instala peligrosa y masivamente en las escuelas mexicanas, públicas y particulares.
De casi cada uno de los grupos recuerdo los nombres; pero no miento, ni quiero ser descortés, si admito que algunos alumnos tienen un sitio aparte, porque a la memoria adhiero afectos y agradecimientos. En ese grupo hoy quiero recordar a Marina Espada, estudiante malagueña de intercambio que vino por un semestre y se quedó un año, con Gloria, en Colima, estudiando y conociendo parte de México, regalándonos, además de amistad, la generosidad del buen corazón que la mueve.
Marina, como Gloria, también española, tomaron un par de cursos conmigo y la experiencia de cada clase fue muy enriquecedora para el profesor que escribe. Y lo sigue siendo, tanto, que Marina leyó por petición expresa un ensayo que dos años después se convirtió en libro colectivo para honrar los treinta años de la primera facultad universitaria de Colima, la de Pedagogía; el mismo que presentaremos el 23 de noviembre. Un párrafo entusiasta y desafiante que envió en su comentario cierra los epígrafes que elegí para mi capítulo.
Con su formación y experiencia podría tener un futuro promisorio en alguna institución educativa en México, y en Colima no tengo duda. La situación en España para los jóvenes es adversa y la lucha por cambiarla todavía es larga. Marina ha de esperar un poco para instalarse en las condiciones que merecen ella y la escuela de su país.
Pues bien, Marina me escribió ayer y me cuenta un poco de su actual experiencia pedagógica y humana. Sin su permiso, transcribo lo siguiente:
Estoy trabajando como maestra en un circo, dentro del programa de Aulas Itinerantes del Ministerio de Educación. Soy tutora de 8 alumnos y alumnas, cada uno con un nivel curricular diferente y a su vez con desfases muy significativos. Vivo y viajo con ellos y me quedaré aquí hasta final de curso, allá por junio.
Como imaginarás es una experiencia excepcional. Tengo una caravana-vivienda propia y un colegio con ruedas. Cambio de ciudad cada 15 días aproximadamente y mis alumnos son domadores, contorsionistas, equilibristas… Es un trabajo complejo porque requiere una dedicación absoluta para poder cubrir las necesidades educativas de los chicos y, por otro lado, porque las condiciones de vida son difíciles (los traslados se complican a menudo: se avería un tráiler en mitad de la carretera, de pronto nos quedamos sin luz, no conectan el agua…). A pesar de todo, también hay cabida para la magia.
Me emociona releer sus palabras. Confío en que sus aventuras (que seguiré en Facebook y en el blog del colegio) tendrán final feliz, que nos mostrará un mundo desconocido para confirmarnos que la misión educadora no se reduce a unos muros escolares, un horario y ciertas comodidades. Que la escuela y la educación existen allí, donde están una maestra como ella y su puñado de alumnos aprendiendo con emoción y enseñando con alegría.