Le apodábamos “el zurdo”. Su nombre: RaĂşl Hernández. Fue nuestro compañero durante la secundaria en su paso fugaz por la escuela. La Ă©poca: finales de los años setenta. El lugar: QueserĂa.
Si mi memoria no falla, lo cual es altamente probable, lo que cuento enseguida fue real.
Con una infancia abundante en calles, veredas y arroyos, viviendo a doscientos metros, nuestro encuentro era inevitable. Casi a diario nos topábamos en la esquina de don Roberto. No fuimos amigos tan cercanos como afiancé lazos con Pancho o Alejandro, pero siempre me resultó simpático y alegre.
HuĂ©rfano, vivĂa con dos hermanos mayores, los “cuates”. Respetuosos todos. Era zurdo en el fĂştbol y en las canicas, en los trompos y en los muchos ademanes de sus manos inquietas cuando nos contaba historias.
Por varios motivos le recuerdo con frecuencia, y en estos dĂas más, no sĂ© por quĂ© misteriosa razĂłn. Su habilidad en el fĂştbol por la banda izquierda era inigualable. Veloz y driblador, juguetĂłn, como su personalidad. Pero lo que más disfrutĂ©, y hoy todavĂa cuando recuerdo trocitos, fue su capacidad de inventiva, su imaginaciĂłn delirante cuando nos relataba fantásticas aventuras de un hombre valiente: Ă©l. La risa que nos provocaba era como oxĂgeno para el fuego, porque sin parar de hablar seguĂa y seguĂa, añadiendo nuevos capĂtulos a la trama del dĂa.
Además, era irrepetible. Cuando le pedĂa que nos contara de nuevo la historia en que habĂa cortado la cabeza de un dragĂłn con su navaja de rasurar “Guillete”, siempre se salĂa con la suya y agregaba más ingredientes graciosos.
Ese era Raúl, el zurdo, amigo de infancia, compañero fugaz de secundaria. Fabulador estupendo.
Un dĂa ya no apareciĂł. No se despidiĂł. Solo se marchĂł y nunca supe más.
