Dediqué una considerable cantidad de horas en los últimos días a leer la biografía novelada sobre Gregorio Torres Quintero, preparada durante una década por la doctora y colega María de los Ángeles Rodríguez Álvarez, Mara. Anoche la presentamos en el Archivo Histórico de la Universidad. La audiencia, selecta y numerosa, tributó un homenaje a la autora y al educador colimense. Con su presencia y palabras expresaron reconocimiento y afecto. ¡Merecidos tributos!
Una historia así no deja indemne. Todavía hoy me cuesta cambiar el archivo y dedicarme totalmente a otras tareas. Pasajes de la biografía me resuenan, me inspiran, me indignan. Podría compartir algunos ahora, pero el miércoles próximo publicaré en mi columna semanal un extracto del comentario leído y allí será el momento.
Hoy quiero dejarles un texto que leí hace algunos meses y que me vino a la memoria con Torres Quintero. Se llama “Tesoro”, del español Manuel Vicent.
Está amaneciendo. Es la hora de los pájaros. A los colegios e institutos llegan en bandadas niños y chavales cargados con sus mochilas. Ellos no lo saben, pero todos se dirigen a la isla del tesoro. Puede que ignoren dónde está ese mar y en qué consiste la travesía y qué clase de cofre repleto de monedas de oro les espera realmente. El patio del colegio se transforma, de repente, en un ruidoso embarcadero. Desde ese muelle lleno de mochilas cada alumno abordará su aula respectiva, que, si bien no lo parece, se trata de una nave lista para zarpar cada mañana. En el aula hay una pizarra encerada donde el profesor, que es el timonel de esta aventura, trazará todos los días el mapa de esa isla de la fortuna. Ciencias, matemáticas, historia, lengua, geografía: cada asignatura tiene un rumbo distinto y cada rumbo un enigma que habrá que descifrar. La travesía va a ser larga, azarosa, llena de escollos. Muchos de estos niños y chavales tripulantes nunca avistarán las palmeras, unos por escasez de medios, otros por falta de esfuerzo o mala suerte, pero nadie les puede negar el derecho a arribar felizmente a la isla que señalaron los mapas como final de la travesía. Ese mar está infestado de piratas, que tienen su santuario en la caverna del Gobierno. Todas las medidas que un Gobierno adopte contra el derecho de los estudiantes a realizar sus sueños, recortes en la educación, privilegios de clase, fanatismo religioso, serán equivalentes a las acciones brutales de aquellos corsarios que asaltaban las rutas de los navegantes intrépidos, los expoliaban y luego los arrojaban al mar. De aquellos pequeños expedicionarios que embarcaron hacia la isla del tesoro solo los más afortunados llegarán a buen término. Algunos soñarán con cambiar el mundo, otros se conformarán con llevar una vida a ras de la existencia. Cuando recién desembarcados pregunten dónde se halla el cofre del tesoro, el timonel les dirá: estaba ya en la mochila que cargabais al llegar por primera vez al colegio. El tesoro es todo lo que habéis aprendido, los libros que habéis leído, la cultura que hayáis adquirido. Ese tesoro, que lleváis con vosotros, no será detectado por ningún escáner, cruzará libremente todas las aduanas y fronteras, y tampoco ningún pirata os lo podrá nunca arrebatar.
Perla del Rocío Lara
Lindo cuento, interesante analogía y efectivamente, el estilo es similar. Buen día.
Juan Carlos Yáñez Velazco
Buenos días Perla. Qué gusto leerte de nuevo.
Un abrazo y feliz fin de semana largo.