He descubierto, o confirmado, que mi segundo oficio es la pintura. Pero, por favor, no me malinterpreten. No me refiero a las acuarelas, oleos, caballetes, pinceles, murales, cubismos, Velázquez, DalÃ, Picasso o Van Gogh. No, lo mÃo es terrenal, es de otra naturaleza. Lo mÃo son las brochas gordas (en realidad, las prefiero no tan gordas), las paredes limpias o descascaradas, los portones, las puertas, las reparaciones en muros, galones, cubetas o comex.
SÃ, asà de simple en la escala del artista. Pero, qué le voy a hacer. Asà he encontrado, en esos quehaceres durante las tardes libres, o en vacaciones, un reducto para aislarme del mundo, una terapia de soledad indispensable para pensar, no pensar, ordenar, desordenar, reordenar. Al principio comencé escuchando música, luego me di cuenta que algo sobraba, que no estaba solo y me miraban. Entonces, dije, es mejor la nada. Y con la nada asumo esas tareas domésticas que, además, me recuerdan las obligaciones que imponÃa mi madre en la temprana juventud.
El resultado es fantástico. Pero no pretendo que imiten. Cada quien. Yo preparo mis herramientas, miro la pared, las esquinas, tomo mi escalera y allà voy, con todo el ánimo, sin prisa y sin flojera. Cuidando no manchar, no ensuciar, y cambiar el aspecto de mi parcela. Y las horas se van sin sentir, sin presiones, sin estrés. Y al terminar, a limpiar todo, a mirarlo transformado y disfrutar el paisaje.
Descubierto el oficio, aquà voy por mi vieja casa, como cazador obseso, buscando un muro sediento de pintura, otro decolorado, uno más carcomido por la humedad, con la alegrÃa de transformarlos, de ganar el tiempo y cambiar el cansancio del estrés por otro que me descansa.
