Mañana sabatina de fútbol. Albergaba la esperanza de que el Atlético de Madrid me regalara la alegría de derrotar al Real Madrid. Frente a frente el mejor equipo del mundo, el Madrid, contra el mejor equipo de la capital española, el Atleti.
No me defraudaron. Casi. El Madrid no cumplió mis expectativas; jugó lejos de lo usual y obligó poco al heroísmo magnífico a que nos tiene acostumbrados el equipo que dirige el técnico argentino, Diego Simeone. No pudimos apreciar la actitud partisana de los rojiblancos que muerden cada esquina de las jugadas. No. El Madrid apenas pudo meter las manos, empezando por su arquero, a quien se le hizo de mantequilla el guante en el primer disparo a la portería. Y de ahí en adelante, todo fue esplendoroso. Demasiado fácil. Cuatro cero histórico. La solvencia con que el Atlético lo resolvió dejó en claro que si alguien manda en la capital española, hoy por hoy, no es el equipo más poderoso del mundo.
Tan fácil fue el partido que solo como anécdota diré que vi un arbitraje parcialísimo a favor del Real, y que el Atlético comenzó la justa con un cuesta arriba que provocaba malos augurios al lastimarse su jugador de bíblico nombre, Jorge Resurrección, Koke. Pero ni esos dos hándicaps eran argumentos suficientes para la más aplastante victoria del Atlético de Madrid en muchos años del llamado derbi madrileño.
La mesa está puesta para mi admirado Barça, que mañana puede acercarse a un puntito del Madrid. Antes, deberá pasar por la durísima aduana de otros temibles rojiblancos, vascos y guerreros, el Athletic de Bilbao. Mañana se los cuento, o me lo callo.
*
Varias horas después, con el buen sabor de la mañana futbolera y una productiva jornada de lectura, pocas páginas pero sustanciosas, las tareas domésticas son menos sufridas. Escoba en mano, suave pero firme el movimiento para recoger sin levantar el polvo, los audífonos me lleven a Calle 13 desde la bolsa del pantalón. Me detengo en una letra mientras hago una pausa y salgo a la terracita en segunda planta para mirar el cielo y los árboles enfrente. Es mediodía. Una canción resuena y me provoca una sonrisa. Les dejo algunos versos. Tal vez les provoque una o varias.
Algunos nacen idiotas,
otros aprenden a hacerlo,
otros se hacen los idiotas
y tratan de convencernos.
Puedes pensar los que quieras.
Hoy no te salva la aritmética,
todo el Mundo tiene
un porcentaje de idiotez
en su genética.
Pa’ separarnos con la arrogancia
de que en el mundo somos el centro,
mejor unificarnos
con el idiota que todos llevamos dentro.
Cristóbal Colón descubrió América
por pura coincidencia,
por eso, para ser idiota
se requiere inteligencia.
La idiotez tiene sus puntos a favor:
es la única enfermedad
en donde el enfermo no sufre,
excepto todos a su alrededor.
Hacer buenas preguntas
ayuda a que no sea contagiosa,
la idiotez es colectiva
cuando nadie se cuestiona las cosas.
Aunque suene raro,
a los idiotas los escucho,
pa’ tener a un listo que no dice nada,
prefiero a un idiota que hable mucho
y de todo lo que hable,
alguna buena idea habré escuchado,
de ésas que el sabio se guardó,
por temor a ser juzgado.
Un idiota es aquel
que no aprende del pasado.
Un desinformado
que no escucha al informado.
Un idiota por debajo del nivel,
un idiota es el que cree que
todos son idiotas,
menos él.
Mantener a la gente inteligente
abajo, sin crecer
es la regla más importante
de un idiota con poder.
Pero, sería una idiotez
tomarse la vida de manera seria:
hacen falta los idiotas
pa’ que exista la comedia
y poder burlarse de ellos
y también de uno mismo;
Ser idiota no está mal
si lo ves con optimismo.
Aquí nadie es perfecto,
todos cometemos errores,
hace falta ser idiotas
pa’ aprender a ser mejores.