Esta mañana, aprovechando el silencioso clima fresco salí al jardín de casa a continuar la lectura de Garry Kasparov en su libro Cómo la vida imita al ajedrez. Con Kasparov en sus míticas batallas contra Karpov arranca mi conocimiento limitadísimo de la historia del ajedrez, de cuyos hechos daban cuenta los medios mexicanos como desde mundos remotos.
Es una obra interesante, sesuda, que revela la inteligencia del excepcional campeón mundial más joven en la historia (1985), que mezcla en sus capítulos las partidas contra grandes maestros, las enseñanzas de los campeones precedentes, la tecnología, la imaginación, la preparación, la disciplina, en fin, un repertorio temático notable, con una escritura ágil y profunda conjugada con su vasta cultura.
Leo ahora las páginas del apartado “Factores estáticos y escoger nuestros demonios”, que relata sus andanzas por la política. Parafraseando a Bismarck, dice el excampeón mundial: la política es el arte de lo posible; luego, la tarea de un político es definir qué se puede y qué no se puede cambiar, identificando los factores que se pueden alterar y las compensaciones para lo que resulta inmutable en un momento dado. Esa astucia logró, en la batalla por el Imperio romano en el año 31 a. C., que Antonio derrotara a Octavio y Cleopatra, invencibles hasta entonces.
Llego al corazón de su debate puntual: la lucha entre desequilibrios y compensaciones en las sociedades, por ejemplo, entre libertad y seguridad. Cita a Benjamin Franklin: “Aquellos que entregan la esencia de la libertad a cambio de la seguridad, no merecen ni seguridad ni libertad”. Estados Unidos es ejemplo siempre y ahora con la “amenaza” migrante; también la propia Rusia: “Cualquier crítica a los funcionarios del Estado es calificada de ‘extremismo’, un término separado del de terrorismo únicamente por una coma en el libro de derecho de Putin”.
Aunque no quiera, la evocaciones a nuestro tiempo, geografía y circunstancia son inevitables.