Desperté con la noche densa. Abrí los ojos y traté de regresar al sueño. La oscuridad que se filtraba por la ventana así aconsejaba. Con el silencio escuchaba mi respiración cada vez más lejos; creí que había ganado la batalla al insomnio. El gozo me tomó desprevenido. Renuncié. Estiré la mano, cogí los lentes, más allá el iPad y lo abrí despacio para no deslumbrarme con la pantalla. Busqué un libro, encontré la posición más cómoda y empecé. Elegí Sin trama y sin final. 99 consejos para escritores. La portada informa que su autor es Antón P. Chéjov y la edición de Piero Brunello. Lo leí hace algunos meses, pero ahora busco algo agradable y que no me exija gran esfuerzo.
No se trata de un libro escrito como tal por Chéjov, sino una selección de consejos entresacados de su epistolario, recogida acuciosamente por Brunello, profesor de la Universidad de Venecia. Las marcas en el libro las comparto ahora y agrego otras. En una nota escribo: El ejercicio de la lectura cobra sentido por los contextos, por eso resulta a veces incómoda o confusa la relectura.
El primer apartado se llama “Por qué escribo”. No por dinero, le contó Chéjov a Alekséi Suvorin el 23 de diciembre de 1888, y pareciera, le dice, que escribimos por placer personal: “El placer personal está muy bien, por supuesto; uno lo siente cuando escribe, pero ¿y luego?”.
Algunos otros pasajes que antes señalé ahora me obligan a detenerme y reflexionarlos: “También he reparado en otra ley de la naturaleza: cuanto más alegre es mi vida, más sombríos son los relatos que escribo”. Hay que escribir para los lectores, escribe Chéjov: “Basta con ser más honrado: quitarse de en medio siempre y en cualquier parte, no estorbar a los protagonistas de la propia novela, renegar de uno mismo, aunque sea por media hora”.
Algunos de sus consejos me parecen de una sencillez genial; por ejemplo:
“Dios mío, no permitas que juzgue o hable de lo que no conozco y no comprendo”;
“leyendo, mirando y escuchando, descubriré y aprenderé muchas cosas”;
“la brevedad es hermana del talento”;
“Es extraño: ahora tengo la manía de la brevedad; nada de lo que leo, mío o ajeno, me parece lo bastante breve”;
“será imposible encontrar para la literatura una policía más eficaz que la crítica y la conciencia personal del autor”.
Así, entre perlas del estilo transcurren los minutos, las horas y solo detengo la lectura para contarlo y volver al sueño que esta vez llega cómplice, cuando ya asomaron los rayos del sol.