A partir de ahora [escribo con dolor en las articulaciones], las cifras del COVID-19 entran en cuenta progresiva. Ayer eran 15 los infectados, hoy suman 26, más los que se acumulan mientras escribo, publico mi página o alguien me lee. No soy matemático, ni aprendiz de adivino, pero he seguido la evolución del coronavirus desde su aparición en medios, e intuyo que las cifras crecerán exponencialmente para pintar de rojo el mapa de la República cuando volvamos a las actividades escolares en Colima.
Me asombra la vulnerabilidad expuesta de la especie humana, me ensombrece la destartalada capacidad del sistema hospitalario mexicano, en la misma medida que lamento la veleidad del presidente, incapaz, siquiera, de una sensibilidad a la altura. Él, como todos los ciudadanos, no tiene la obligación de ser experto en todos los temas, pero sí tiene la responsabilidad de escuchar y atender las opiniones expertas, esas que tragicómicamente pretendió ridiculizar llamando a abrazarse, cuando la Organización Mundial de la Salud advertía los riesgos potenciales que han cobrado forma dramáticamente.
Optimista irredento, aunque cauteloso, espero que los responsables de tomar decisiones del más alto nivel aprovechen la circunstancia para demostrar, de una buena vez, su capacidad de gobernar sin caprichos ni ocurrencias.