Hoy entregué para su primera revisión el capítulo de un libro. Es el cuarto de este largo confinamiento. El primero fue colectivo y mi participación secundaria. Uno lo había comenzado el año anterior y los dos restantes no estaban ni en proyecto cuando preparaba la agenda anual.
Concluir un proyecto es siempre satisfactorio, pero si el resultado complace al juez interior, la alegría es más completa. Contarlo no es un acto de fatuidad, aunque pueda interpretarse así. Si el lector lo cree, no refutaré.
Este es un Diario, el recuento personal de casi todos los días, y terminar el capítulo de un libro no es tarea irrelevante ni frecuente. No pasa todos los días, ni cada semana.
Llegar a ese resultado es posible después de muchas horas, unas tangibles, traducidas en una veintena de hojas, pero antes, en la idea que da vida a todo lo demás. No sé qué me complace más: parir la idea o escribir las veinte páginas que la concretan.
Mañana o pasado, algún día después, recibiré el juicio sobre el capítulo del libro. Por hoy, ha sido suficiente.
La vida no depende de escribir libros o capítulos, pero a veces, es lo que salva la suerte de cada día.