Dos circunstancias fortuitas me regresaron a la vida de hace un lustro. La primero es que para mis lecturas literarias matutinas elegí las obras completas de Albert Camus. Empiezan con El
I. Cuando me acercaba al silbatazo final de la novela, exactamente en el capítulo 36, página 349, detuve la lectura, bebí lento y me pregunté: ¿cómo diablos va a resolverse el caso, es decir,
El fútbol no goza de buena reputación en el mundo intelectual. Por lo menos en una parte de ese planeta. A quien se atreve, confesar afición puede acarrearle oleadas de indignación y el desprecio