Miguel Ángel Santos Guerra cuenta en su libro La evaluación: un proceso de diálogo, comprensión y mejora (Granada, Aljibe, 1995) que los alumnos de Lawrence Stenhouse, notable investigador educativo, en el campus de la Universidad de Norwich sembraron un árbol como homenaje póstumo, y colocaron una placa con un pensamiento central del maestro: “Son los profesores los que, al fin, podrán cambiar el mundo de la escuela, comprendiéndola”.
Esa también es mi convicción. A la escuela no la van a cambiar activismos estériles, desorientados o alentados por privilegios grupusculares; menos las modas o los dictados ministeriales o legislativos. Al mundo de la escuela lo podemos cambiar comprendiéndolo, pensándolo, y cuestionándonos cómo lo estamos pensando. Esto último me parece cardinal: reformar la escuela requiere, en primer término, reformar nuestros pensamiento, nuestra comprensión y las ideas sobre la escuela. No propongo un idealismo abstracto, sino una práctica inteligente y coherente.
Parece tan simple de enunciar como complicado de ejecutar, pero en el trabajo cotidiano de la escuela habitualmente no hay pausas para la reflexión, el diálogo, el coloquio, la discusión, incluso el disenso. Se pierde la riqueza de la escucha, de la expresión, del argumento divergente. Y así, se obstaculiza la comprensión. Leer más…