El lunes 21 de enero fuimos enterados, vía teleconferencia, que el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) cerraría las 32 direcciones en las entidades federativas. La Junta de Gobierno tomó la decisión obligada por las circunstancias políticas y presupuestales, que colocaron al Instituto en la precaria condición de laborar con una reducción brutal del presupuesto respecto a 2018.
El recorte fue otra de las maniobras del Gobierno Federal y su Congreso, para dejar en claro que el INEE no forma parte de sus planes de impulsar la cuarta transformación, e incluso, estorba. Si con Enrique Peña Nieto se encarceló a la entonces lideresa sindical, con el nuevo gobierno el INEE cargó las culpas de la “mal llamada reforma educativa” y su “evaluación punitiva”, a la cual pretenden borrarle hasta las comas que alguno de ellos colocó jubiloso hace seis años.
Vivimos los últimos días de trabajo en la Dirección del Instituto en Colima. Cerraremos un ciclo que comenzó 34 meses atrás. La experiencia ha sido extraordinariamente enriquecedora. Desde el ámbito que nos correspondía intentamos colaborar al mejoramiento del sistema educativo estatal.
El Instituto tenía proyectos muy valiosos, tareas esenciales para el sistema educativo y su evaluación, pero nada de eso tenía sentido sin la cooperación de las autoridades, de los actores locales, de quienes hacen de la educación su trabajo cotidiano o reciben sus beneficios. En Colima entendimos ese imperativo, de colaborar y sumarnos. Tratamos de cumplir y las huellas de nuestro paso quedarán para las valoraciones. No haré un repaso de las actividades, sería prolijo y mi espacio breve.
Quiero expresar profundo agradecimiento a quienes colaboraron en mayor o menor grado. El riesgo de omisión es grande, pero no quiero dejar de mencionarlos: la Secretaría de Educación fue aliado permanente, especialmente a través de la Subdirección de Evaluación, quien cargó con la mayor parte de los trabajos conjuntos; otras oficinas fueron apoyatura indispensable: la Coordinación General del Servicio Profesional Docente, la Dirección de Educación Pública, las Direcciones de Educación Básica y Media Superior, la Dirección de Desarrollo de la Gestión y la Calidad Educativa. Con los dos secretarios de Educación, Oscar Javier Hernández y Jaime Flores, tuvimos interlocución respetuosa, cordial y propositiva.
La Universidad de Colima fue solidaria siempre. Nos apoyaron, difundieron nuestra información, pero también promovimos cursos y convocatorias en el campus, atendimos a una veintena de practicantes y asesoramos varias tesis en temas inéditos. Firmamos un convenio con ella y preparamos cuatro informes de las actividades realizadas.
La Dirección General del Conalep y sus tres planteles, los Cbtis 19 y 157, el Cetis 157 y el Isenco colaboraron con entusiasmo. Algunos medios de comunicación estuvieron atentos a la información que emitíamos. Otras organizaciones sociales fueron aliadas: la Federación de Escuelas Particulares; Cómo vamos, Colima y la Asociación de Padres de Familia.
Hay gratitud y afecto para todas las personas que trabajaron con nosotros en cada uno de los operativos, con quienes estuvieron en un centro escolar durante un par de días, o dedicaron generosamente algunos meses.
Hicimos muchas actividades, unas que nos dictaban desde oficinas centrales, otras, que impulsamos localmente. En puerta hay otras dos huellas del andar del INEE en Colima: un convenio de colaboración entre la Universidad de Colima, la Unidad 061 de la Universidad Pedagógica Nacional y el Isenco, para promover la formación y actualización de los maestros y su actualización, la investigación educativa, la movilidad académica, entre otros ámbitos. Y una Red de Evaluación Educativa que formalizaremos en la segunda semana de febrero.
Concluye un ciclo de mi vida profesional que se cierra forzosamente, pero salgo tranquilo y satisfecho, convencido de que pudimos emprender varios proyectos y aportar más a la educación colimense. Lo intentaremos en otros espacios.
El Instituto fue un espacio de aprendizajes, de sinsabores y descubrimientos, con lecciones profesionales y humanas imborrables, al lado de personas extraordinarias con quienes tuve la suerte de trabajar y convivir, en oficinas centrales y en las entidades federativas.
La suerte del Instituto parece echada. Sus errores, un pecado original y la obstinación por borrarlo del sistema educativo difícilmente lo salvarán de la extinción en unos meses. Y aunque sobreviviera, su andar no podría ser el mismo que con direcciones en cada estado, quienes pusimos sus pies en el territorio de las escuelas y los maestros, nos acercamos a los actores y realidades, los escuchamos y atendimos.
Gracias a todas las instituciones y personas por dejarnos participar en algunas dimensiones de la tarea más valiosa de la sociedad: formar a sus herederos y preservadores.
Gracias, sobre todo, al equipo estupendo que me acompañó durante dos años y medio. Angie, Alejandra, Isa y Alejandro son profesionales valiosos y seres humanos increíbles que pronto encontrarán nuevos espacios donde serán entrañables. ¡Hasta siempre!