El sábado a mediodía conversé con dos amigos sobre muchos temas, entre otros, la Universidad de Colima. Repasamos la actualidad financiera y algunos de los aportes que podría hacer la institución educativa a un desarrollo integral del estado, fincado sobre bases distintas, recuperando experiencias de distintos países y ciudades, con los talentos desperdigados en las facultades.
Creo que falta voluntad política en el gobierno estatal y municipios para construir un gran acuerdo que dispare a Colima hacia un futuro promisorio. Por ejemplo, para un desarrollo más respetuoso del ambiente, que privilegie a los peatones y no a los automotores, para tener ciudades y pueblos limpios, verdes; una ciudadanía sana, más culta.
Todos esos principios se resumen en lo que Francesco Tonucci llama una ciudad de los niños, porque las ciudades que son buenas para los niños, serán así para todos sus pobladores, dice el psicopedagogo y dibujante italiano.
En el repaso, coincidimos en dos grandes aportaciones de la Universidad a Colima: los procesos de automatización que comenzaron en la rectoría de Jorge Humberto Silva Ochoa, y la convirtieron en punto de referencia internacional, a través del Centro Nacional Editor de Discos Compactos y el Sistema Integral Automatizado de Bibliotecas.
Con nombres y apellidos, parte de los creadores de ese nicho pasaron al gobierno estatal con Fernando Moreno Peña y desarrollaron avances prodigiosos en su momento, que hoy son sombras patéticas, como los kioscos de servicios, deteriorados, sin recibir pagos con tarjeta bancaria y con una cantidad máxima por pagar, porque “no hay cambio”, así vivido en experiencia mañanera personal.
El otro gran aporte cultural reciente de la Universidad lo introdujo Carlos Salazar Silva, cuando lanzó el ambicioso programa de internacionalización, cuyos frutos más conspicuos fueron los programas de movilidad estudiantil internacional y nacional, que llevaron durante estos años a miles de estudiantes por todo el mundo, y trajeron otros cuantos a Colima, para un enriquecimiento que todavía no ha sido valorado en sus múltiples dimensiones.
Colima es uno antes y después de dichos puntos cumbre en la contribución social de la Universidad. No tengo dudas.
Estos dos ejemplos, los que hacen que Colima sea mejor con la Universidad al lado, obligan a comprenderla y apoyarla. Ese es el tipo de aportes que hacen de las universidades públicas estatales, como en San Luis Potosí, Yucatán o Nuevo León, los motores que dinamizan economías y culturas. Por eso, por lo que han dado y pueden ofrecer, el presupuesto para las universidades es intocable y exigible por todo lo alto.