Se dijo hasta el cansancio: con el confinamiento producido por la pandemia, el trabajo docente se multiplicó y, en no pocos casos, se agravó por las complicadas circunstancias en que se encontraban los estudiantes, sus familias y a veces los propios maestros.
Si todo eso era cierto para el magisterio, los directores de las escuelas no tuvieron un lecho apacible para desarrollar su labor desde casa o donde podían. Por supuesto, no caben generalizaciones.
Si es verdad que la profesión docente, la escuela misma, deben replantearse como consecuencia de la pandemia y las formas nuevas de relaciones humanas, la dirección tiene un desafío de igual magnitud.
Michael Fullan, profesor canadiense y prestigiado experto, publicó el libro La dirección escolar. Tres claves para maximizar su impacto (Morata, Madrid, 2016), donde ofrece una propuesta interesante para fortalecer la dirección de los centros escolares.
Como el título indica, en tres resume las claves para profundizar la trascendencia de la dirección: aprender a liderar, jugar en el distrito y en el sistema educativo y convertirse en agente de cambio.
En la definición sobre el liderazgo destaco dos ideas: emplear los tiempos de manera sensata e inteligente y concentrar las energías en desarrollar al colectivo docente.
La segunda se puede sintetizar en una frase: “mirar hacia fuera para mejorar adentro”. Implica asumirse como aprendiz permanente y aprovechar las lecciones de otros directores y escuelas. Nunca aislarse y conectarse; de ser posible, integrar redes de escuelas.
La tercera es un desafío a las personas: ser el mismo director un agente de transformación, mediante la voluntad, el dominio de saberes y prácticas y la pasión.
No hay claves infalibles, pero las que apunta Fullan son una buena invitación para encarar el desafío de reinventar también la organización y dirección escolar. Siempre fueron indispensables, pero ahora, revolcados por la pandemia, pueden ser faros.