El sábado anterior tuve oportunidad de conversar con un par de queridos colegas, esposos ellos, quienes me compartieron su experiencia en una escuela secundaria pública. Los ecos de la charla nocturna regresan en momentos y me revuelven la cabeza con inquietudes, y el estómago con dardos indignantes e indignados.
La escuela se ubica en una zona populosa de Villa de Álvarez, alimentada por niños de condiciones socioeconómicas precarias que, como puede suponerse, en el hogar carecen de las comodidades que los profesores solemos olvidar o menospreciar por insensibilidad o ignorancia.
En esa escuela, cuyo nombre omitiré, muchos niños llegan sin alimentos en la panza, con mochilas raídas y zapatos desastrados, olvidados o descuidados en el seno familiar, sin dinero para comprar en la tiendita; probablemente sin mayores ilusiones por lo que puedan aprender en su salón de clases.
Aunque sea una obviedad, hay que repetirlo: su frágil condición económica no es exclusiva; es parte de la vivencia cotidiana de miles de escuelas y millones de familias. En esos contextos, la vieja pregunta torna incesante y urgente: ¿es posible educar a los pobres, hijos de pobres? Las viejas respuestas o propuestas deben ser removidas para atisbar alternativas.
Es posible educar a los hijos de los pobres. Sí, sin duda, a condición de que la escuela construya un proyecto pedagógico incluyente, entendiendo que lo pedagógico es sustancialmente político.
Sí, sin duda es posible, si los maestros y las autoridades escolares son sensibles, perseverantes y pacientes.
Sí, sin duda, si la acción de la escuela reconoce la realidad exterior, la de hogares destrozados o vulnerados por la pobreza y el desencanto.
Uno de los colegas, vehemente, lo confesaba mientras la lluvia nos mojaba los pies: lo que esos niños necesitan es afecto, nada más, afecto en principio, alimentos en el estómago y un poco de ternura en la escuela.
Una escuela en contextos así tiene que asumirse como madre nutricia, como segundo vientre social, responsable de encender la flama de la esperanza en esos niños que, sin la escuela, prácticamente habrán perdido cualquier posibilidad de una vida digna para ellos y para sus descendientes.
No es solo la escuela la que debe revertir la herencia maldita de ignorancia y pobreza, porque las políticas sociales y el empleo tienen su parte, pero es en cruentas realidades como esas donde la educación se erige, más que nunca, como antídoto contra la fatalidad.
ARACELI CONTRERAS LOPEZ
Hola querido profesor.
Me encantan sus conclusiones, sí es posible educar a los pobres hijos e hijas de los pobres. Yo misma soy un ejemplo provengo de una pequeña escuela rural de un punto de Jalisco, México y aunque yo me creía rica por que no faltaba comida en casa, ahora comprendo que era pobre, por que en mi familia se trabajaba de sol a sol y la recreación era en los campos y ríos de mi pequeña localidad y no se diga la atención a la salud, ésta era a base de remedios y de curanderas. Ahora que soy profesora universitaria y que descubro la riqueza de nuestro país he concluido que vivía en una injusta distribución de la misma y que era una familia más en la base de la pirámide de las clases sociales. Pero se que mi cuerpo tiene cicatrices de esos años, pero mi mente se fortaleció con las enseñanzas de profesores como usted. Como recuerdo a mi profesor Toño, Miríam, Alma, Marcela y hasta aquellos que aplicaban la pedagogía ponzoñosa, por que gracias a ellos y por su puesto a mi familia hoy soy lo que soy y estoy donde estoy. Soy su compañera universitaria y su admiradora.
Juan Miguel Batalloso
Hermoso y conmovedor !!! Como siempre querido Juan Carlos !!! ¿Recuerdas lo que decía Erich Fromm en “El Arte de Amar”? Un arte con cuatro componentes: Conocimiento, Cuidado, Respeto, Responsabilidad y como todo Arte, exige persistencia, disciplina, sacrificio, pasión, coraje, valentía, apuesta… lo que a su vez exige entrega, regalo y gratuidad conforme al conocido “Principio o Ley de las 3 T de la generosidad”: regalar incondicionalmente y sin esperar recompensa de ningún tipo, ni presente, ni futura: Tiempo, Telento y Talego. Y todo ello para suavizar, acoger, acompañar, abrazar sin perder en ningún momento de vista que la misión fundamental del Maestro en esos contextos es contribuir en la medida de sus posibilidades a LUCHA CONTRA LA POBREZA Y SUS CAUSAS en todos los frentes habidos y por haber y en este caso, en las aulas, la escuela y el barrio. Un gran abrazo hermano y felicidades atrasadas por tu cumpleaños !!!