Cuaderno

Las posadas y yo

Posted by Juan Carlos Yáñez Velazco

Mi pueblo vivía en una fiesta casi perpetua. La iglesia era, en gran medida, la responsable. Por lo que sé, no mucho, la vida cambió sustancialmente. Nosotros a las 11 de la noche estábamos de vuelta en casa, a punto de dormir o descansando, por ejemplo, para no hablar de violencia e inseguridad.

En dos décadas pocas veces he vuelto a caminar sus calles, a pasar días enteros, sentir los cambios de estaciones y temperatura, o sufrir la llegada de la zafra por la contaminación. No sé con precisión cómo será la vida allí ahora, pero sé cómo era entonces, y la recordé con nostalgia en las horas previas a dejar la ciudad por unos días y en víspera de las posadas.

En aquellos tiempos, finales de los ochenta, el calendario festivo comenzaba con las celebraciones de la Sagrada Familia en enero o febrero. Con la Semana Santa el viacrucis era obligado punto de convivencia multitudinaria. Después la fiesta del Cristo de la caña, en mayo, y poco antes la del día de la cruz, en el barrio del mismo nombre; luego los fines de ciclos escolares y la temporada de vacaciones; para septiembre las fiestas patrias y las más importantes, en honor a la virgen de las Mercedes, el día 24.

Para muchos venían los festejos de pueblos vecinos y la feria de Colima, a las que no asistía, salvo equivocación. Con diciembre la virgen de Guadalupe era motivo de rezos y peregrinaciones; concluía con las posadas populares, la cena navideña en familia y la tertulia por el fin de año. Entre ellas había otras, por San Francisco o el día de los músicos, pero de menor calado. Alguna vez, hecha la suma de semanas, me sorprendí: nunca faltaba pretexto para divertirse.

De todas recuerdo con alegría las posadas. Eran una forma de convivencia comunitaria. A cada barrio correspondía organizar la romería uno de los días, y así pasábamos de barrio en barrio, de la Limonera a los Laurales, de la Cebada al centro, entre las 7 y las 10 de la noche, mezclando el sentido religioso, la relación con los amigos y la búsqueda de la pareja.

Organizar la mejor posada era un reto popular, que desafiaba la capacidad de los comités y sus recursos; unos tiraban la casa por la ventana, con la música, los cohetes y los adornos coloridos en las calles.

De las numerosas semanas de ese pueblo en fiestas hoy tengo nostalgias intermitentes. Si el 17 o el 19 de diciembre volviera una noche no sé si me sentiría uno de ellos o totalmente ajeno. En todo caso, estoy casi seguro que mis hijos difícilmente encontrarían asideros. Y no sé si es bueno o no, si esos quiebres en la historia de los pueblos ayudan a cohesionar o son consecuencias de un magro progreso y pesados males sociales.

Volveré pronto, de eso estoy seguro, y ya podré contar lo que vi, viví y sentí.

 

 

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