WhatsApp es una red social extraordinaria. La apreciación es totalmente personal; no tengo ninguna pretensión de generalizarlo. La cantidad de usos que tiene en mi vida es suficiente para afirmarlo sin duda. Excepto un chat de estricto e indispensable uso laboral, todos los demás los controlo con relativa facilidad.
Las redes sociales son una herramienta de trabajo, comunicación personal, aprendizaje y de ocio; cada uno decide cuáles privilegia y su inversión temporal. En mi caso, los fines didácticos son cada vez más frecuentes. Mucho aprendo allí, a pesar de que rehúyo leer textos largos en el teléfono. En síntesis: WhatsApp es hoy una red indispensable en el día a día.
A pesar de lo escrito antes, con el riesgo de ser calificado de nostálgico del pasado, prefiero siempre el teléfono para el uso que se lo concibió: escuchar del otro lado a quien queremos escuchar. Hoy lo recontra comprobé, y no hacía falta: es mejor escuchar la voz que deseas a leerla. Las vibrantes emociones que se transmiten con las voces no se pueden, jamás, comparar con leer un mensaje u observar los “monitos”; menos, con pinchar un teclado minúsculo. Entonces, WhatsApp (modo textos, o como se llame) es indispensable, pero el teléfono lo supera.
Sin embargo, hay algo tan simple como entrañable: la palabra hablada, la expresión de la cara o el cuerpo, las miradas, la relación humana desnuda de aparatos. El cara a cara, el diálogo, la palabra que se siente con los oídos y con los ojos no tiene comparación. Eso, perdón, es francamente insuperable y no hay más.