UNAM. 10 de septiembre, cien años. No es una institución perfecta. No existen. Muchos problemas la laceran. No hay instituciones exentas de dificultades, vicios, errores. Guillermo Sheridan en “Letra libres” de julio hace un recuento ineludible: escasa autocrítica –mi opinión es distinta; él mismo es unamita-, un poderoso sindicato voraz, excesivo protagonismo político, ineficacia administrativa, burocracia robusta y en crecimiento, frente a una academia que debiera vigorizarse. Otros males alargarían la lista, sin duda.
Extensa sería también la relación de las virtudes y potencias de la máxima casa de estudios mexicana. La UNAM, en su centenario, constituye el referente de la educación superior nacional en el mundo. Por eso debe ser –junto a todas las instituciones educativas del país- mucho más sólida. Su valor histórico, cultural, intelectual, artístico, arquitectónico, social y pedagógico es inmenso.
Mil trazos podrían mostrarla en plenitud. No es el espacio. Me limitaré a retomar lo que de ella expresara Alejandro Gómez Arias, uno de los líderes del movimiento que conquistó la autonomía en 1929. Ella debe ser fuerte y mexicana, afirmó: “Porque la universidad necesita ser fuerte para defender los derechos de todos a la educación y la cultura…. Porque esta universidad es profunda e indisolublemente mexicana; no de ningún régimen, no de ningún gobierno, no de una clase, no de un grupo hegemónico. Es del pueblo de México del que recibe los recursos que la sustentan y que año con año hace correr en sus aulas el gran río de la vida nacional.”
Universidad de Colima. Siete décadas para una universidad en México son ya una inestimable experiencia.
Setenta años son, contra las viejas y consagradas universidades europeas, un desafío, un camino por construir, una promesa, la obligación de ser aprendiz permanente, de madurar sin dejar la juventud de ánimo.
Inaugurada cuando en Colima no existían siquiera los bachilleratos ha forjado una trayectoria particular, un nombre propio entre las universidades mexicanas; en las tres últimas décadas, un prestigio no gratuito, ni fácil. Es producto de miles de hombres y mujeres que por ella pasaron y siguen vivos en sus obras.
Quienes repasen la historia universitaria colimense encuentran allí razón y rumbo. Sus primeros rectores fueron educadores de vocación, hombres que recorrieron todos los caminos, desde la docencia en escuelas rurales hasta la cúspide de la universidad. Cientos de profesores se ofrecieron generosos a los estudiantes, a veces sin paga, otras, en circunstancias adversas. Allí están las semillas, las bases que forjaron el presente vivo y el impulso para un futuro que no puede menos que ser venturoso, por Colima, por los miles de estudiantes y de familias que confían en ella. No, no es perfecta. No existen esas instituciones, pero está viva y lucha por transformarse y ser mejor.
Fuente: Periódico El Comentario