Una historia de Colima seriamente hecha, rigurosa, no podría ser complaciente con el capítulo presente. No viene al caso recordar desgracias y corruptelas. Lo menos que precisamos ahora son efluvios sadomasoquistas.
Con el episodio del domingo anterior se cerró una etapa que nos colocó en el mapa, otra vez en poco tiempo, como ejemplo poco edificante; allí están los articulistas de medios nacionales como testigos, y no vale la pena profundizar. No me anima el espíritu polemista, tampoco un cándido borrón y cuenta nueva, pero falta espacio para extenderme. Además, confío en que los historiadores profesionales harán su labor con método científico cuando seamos pasado.
Cuando analiza los problemas de la educación Juan Carlos Tedesco, experto argentino, suele repetir que no hay balas de plata; es decir, soluciones mágicas que resuelvan todos los problemas.
Exactamente eso pienso ahora: no hay balas de plata para los problemas de Colima, como tampoco hay gobernantes de plata. Por otro lado, mal hacemos los ciudadanos si nos quedamos a esperar, indiferentes, a que arriben los mesías.
Desde la perspectiva ciudadana, se me ocurre preguntarnos en voz alta, o reflexionar en silencioso tono interrogativo:
¿Y si hablamos menos y escuchamos más?
¿Y si leemos un poquito más?
¿Y si en el automóvil cedemos el paso a los transeúntes cuando sea necesario, en lugar de pasarles raudos a pocos centímetros?
¿Y si barremos la calle y recogemos la basura?; dicho en sentido literal, y metafóricamente: ¿y si revisamos nuestros actos antes de juzgar los ajenos?
¿Y si deseamos nuestro bien, pero no a costa de joder al otro, aunque sea adversario?
¿Y si entendemos que la vida no es un partido de fútbol, en donde para ganar forzosamente otros deben perder, y peor, con trampa?
¿Y si exigimos lo justo y cumplimos lo correspondiente?
¿Y si somos un poco más honestos, un poco menos corruptos, un poco menos flojos?
¿Y si somos un poco más puntuales, y evitamos salir a conducir como locos minutos antes de la cita o de la entrada a la escuela de los hijos?
¿Y si nos volvemos menos esclavos del teléfono?
¿Y si escuchamos más a nuestros hijos?
¿Y si cultivamos amigos reales y nos desentendemos un poquito de la dictadura del “me gusta” en Facebook?
La lista podría ser infinita. ¡Cuidado! No se piense que con pensamientos positivos y frases bonitas vamos a deshacer el nudo que nos asfixia. Necesitamos mejores gobernantes, sin duda, pero también, y primero que todo, ciudadanos responsables. Si lo segundo se cumple, será más difícil que los malos gobernantes lleguen al poder.
La acción personal, cotidiana o pequeñita, algo puede cambiar, y alrededor, expandir una onda progresiva. Peores no seremos, y nuestra sociedad menos, de eso estoy casi seguro.