Esta mañana ingresé a mi cuenta de Twitter para revisar tendencias. Repasé la larga lista y a la mitad me sorprendió encontrar el nombre de un futbolista argentino: Paulo Dybala. Me vinieron recuerdos gratos. En Córdoba, en el edificio de bulevar San Juan 64, conocí a Mariano Dybala, Marianito, como le apodaba nuestro amigo Aldo, el portero nocturno. Hermanos, por supuesto; Mariano, mayor.
En aquel tiempo, con menos de 20 años de edad, Paulo ya había sido comprado del Instituto de Córdoba por un modesto club italiano, el Palermo, y allí empezaba a anotar goles y llamar la atención de equipos importantes. No fueron suficientes los goles de Paulo y su equipo bajó a la segunda división, de donde regresó al torneo siguiente, con decisivos goles del delantero nacido en Laguna Larga, una población a 50 kilómetros de la capital cordobesa.
Esta temporada Paulo juega para el gigante italiano, la Juventus, y debutó en la selección argentina ya. Los augurios lo colocan muy pronto como estelar al lado de Leo Messi. Veremos.
Las menciones de Paulo en la red social me hicieron recordar a Mariano, con quien trabé una corta pero agradable amistad. Alguna vez cenamos en el balcón de mi departamento, y muchas horas transcurrieron en la puerta del edificio mientras hablamos de política, del fútbol, respondiéndoles preguntas sobre México y, más de una ocasión, de las ilusiones de Paulo.
En esta materia, nada me dará más gusto que verlo anotar el primer gol con la selección de su país e imaginar la cara feliz y orgullosa de Mariano.