Este fin de semana se reunieron un grupo de mis compañeros de licenciatura. La reunión de condiscípulos es cosa más o menos ordinaria. Parece sencillo. Lo fue, pero no es tanto cuando transcurrieron más de 30 años desde que concluimos la carrera universitaria y algunos no viven en la misma ciudad o estado.
Muchos de nosotros no volvimos a vernos nunca más, a pesar de los lazos fraternales que nos unieron durante casi cinco años. Un puñado de nosotros, tristemente, partieron ya de esta dimensión. No los menciono pero recuerdo con afecto personalísimo. Unos muy pronto, otros más recientemente.
Una recaída súbita en mi salud, con secuelas dolorosas e incómodas, me impidieron estar presente. Lo lamenté mucho en el momento. Lo lamento mucho más ahora, que observo las fotos del grupo asistente. Desde la planeación del encuentro fueron cayendo de a poco los recuerdos; más próximo al viernes y hoy domingo, es una cascada de emociones encontradas, de la nostalgia a la alegría, pasando por la gratitud.
No sé cuándo volverán, volveremos a encontrarnos. Espero que pronto. Que seamos más que ahora, que sigamos todos y con la misma sonrisa que pintan sus labios en las fotos del viernes de reencuentro.